Creemos, sin temor a equivocarnos que es un tópico que los seres humanos somos capaces de realizar los actos más inhumanos crueles, deleznables y aborrecibles, lo mismo que los hechos más sublimes, abnegados y sacrificados que rozan casi lo inalcanzable.
La Historia, a lo largo de su extensa trayectoria, nos ha dado bastantes muestras de ello, ya por la realización de crímenes horrendos en los que se ha pretendido el exterminio de determinadas razas, el abuso sexual de seres indefensos, o la eliminación de los no natos.
Contados son los días en los que no nos enteramos de algún parricidio, infanticidio o cualquier otro tipo de muerte cruel e inhumana.
Del mismo modo son muchas, yo diría casi incontables, las muestras de sacrificio, abnegación, amor al prójimo y entrega total a sus semejantes que cada día conocemos de personas dadas a los demás sin pedir nada a cambio y sólo por amor a sus semejantes.
Ejemplos en uno y otro sentido los estamos viendo cada día.
Ante esta dicotomía de actuaciones, cabe que nos preguntemos que cómo es posible esos comportamientos tan diametralmente opuestos y a los que, en principio, no somos capaces de encontrarles explicación.
La justificación de tal actitud la encontramos en que los seres humanos somos el resultado de una evolución compuesta por un combinado de animal y ser racional o superior al que llamamos alma, en los que algunas veces prevalece una parte sobre la otra.
Desde el primer paso que dio el animal acuático para convertirse en reptil, la evolución no ha cesado, pero ha ido conservando en su cerebro restos de ese primigenio ser, es decir, del reptil, que se conserva en lo que conocemos como cerebro reptiliano, que regula las funciones fisiológicas involuntarias de nuestro cuerpo y es el responsable de la parte más primitiva de nuestros instintos más primarios, ni piensa ni siente emociones, lo único que sabe es actuar ante las necesidades primigenias: hambre, sed, miedo, actividades sexuales etc., es pura impulsividad y es capaz de cometer las mayores atrocidades. Es el responsable de la faceta más abyecta de los humanos.
Además de éste, poseemos el límbico y el neocortex, o cerebro racional. El primero es el responsable del miedo, la rabia, el amor maternal, los celos y un largo etc.
El último es el que hace que tomemos conciencia de las cosas, y entre otras funciones nos permite tener conocimiento y controlar las emociones.
Por ello los humanos, según las circunstancias en las que nos encontremos, los adoctrinamientos que hayamos recibido, y, por encima de todo, nuestra capacidad volitiva, somos capaces, como hemos dicho, de las mayores atrocidades y los actos más excelsos de amor y sacrificio.
A pesar de ello, hay personas en las que parece que predomina su cerebro reptiliano, son: los asesinos en serie, los pederastas, los maltratadores, los psicópatas, y todos aquellos a los que les causa placer el sufrimiento ajeno, que, aunque la Sociedad se lo proponga, no son capaces de cambiar de comportamiento, porque actúan a nivel de los instintos más primarios, por ello, estamos hartos de ver cómo, a pesar de haber estado recluidos no se han rehabilitado y, tras cumplir su condena siguen cometiendo las mismas atrocidades porque son irredimibles.
Sobre esta actitud de incapacidad sobre cambiar esas aborrecibles pautas de comportamiento, hay eminentes psiquiatras y psicólogos que mantienen que ciertamente no pueden cambiar su forma de ser para que puedan vivir en sociedad aceptando las normas que son necesarias para la convivencia humana.
Por ello nuestros gobernantes han de promulgar leyes que los tengan controlados y no sean un peligro continuo para el resto de los ciudadanos. De ahí que la prisión perpetua revisable pudiera ser la solución.
En aquellas personas que son capaces de realizar actos de abnegación sacrificio y ofrendar su propia vida, si es preciso, por ayudar a los demás, posiblemente predomine el neocortex, y no se atreven, ni a matar una mosca, como coloquialmente se dice.
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