La mentira (que es esclavista siempre) nos quiere esclavos; y, ya siendo esclavos, ¡ya todo es válido!: a unos se les explota, a otros se les engaña o se les roba, a otros se les niega un digno y verdadero conocimiento y a otros (con muchos truquillos de poder) se les manipula.
Por eso la mentira está siempre de parte de quienes quieren conseguir beneficios sin el camino limpio, de quienes quieren conservar ciertos poderes o privilegios a costa del pueblo o a costa de que el pueblo no se dé cuenta de nada.
Sí, la mentira impide el que cada uno consiga cosas (o derechos) iguales a los demás, impide el que cada uno vea su misma dignidad para exigirla o que cada uno no esté entretenido siempre en su ignorancia (o en sus prejuicios) y, así, realmente así, nunca vea las injusticias, porque luche al fin contra ellas.
Al respecto, en muchos pueblos o aldeas de Andalucía, todo seguía sin evolucionar hasta hace poco gracias o debido a la mentira. Curioso que, incluso, muchos decían que había que trabajar solo, ¡solo!, que doblar las espaldas y reventar, y ya no hablar mucho que era malo para un dios “muy utilizado” o para cierto régimen negador de la verdad y, en manipular, “florido y hermoso”. En fin, menos mal que tengo humor andaluz por las venas.
La mentira, en el fondo, siempre da el mal camino a todos. Y, una vez que ya se está en un mal camino, en consecuencia racional, todo ya son errores dibujados bonitamente o justificados de la mejor forma que cada cual puede. Los errores, ¡eso es!, “se creen”, se inflan, se aconsejan, se premian, se encajan, se maquillan, se enaltecen para que ya no parezcan (o ni sean) ni errores. Hasta tal punto que ya, una sociedad en concreto, puede demandar solo errores, ¡nada más!
Por toxicidad social, mentira se convierte en conveniencia (desde la irracionalidad); entonces, muchos dicen: “es que es conveniente la guerra”, “es que es conveniente echar a esos inmigrantes vagos del país”, “es que es conveniente que se les ayude a los bancos (antes que a las personas hambrientas)”, “es que es conveniente no saber si el rey está en corruptelas por defender su imagen”, “es que es conveniente no ayudar mucho a las mujeres (¡vaya ser que ellas luego nos dominen!), etc.
La mentira es la antiética, o sea, que no la acepta nunca la ética (ni el bien); por eso, vaga por todas las mañas y oscuridades de la sociedad, especulando sus beneficios o el salirse con la suya. Va a máxima astucia, en unos seres humanos, haciendo pasar lo injusto por justo, lo indignante por algo idolatrado y, al pobre que demuestra razón o ética o el alma misma, a él, lo hacen pasar como un delincuente, como un desgraciado o como un cualquiera. ¡Eso es!
Y lo que también pasa es que la mentira consigue normalizarse, ¡ser la norma más “pilleada” o pretendida socialmente! Y ya, al ser norma, manda. Ella manda y, ¡eureka!, te puede coaccionar cuando guste; o sea, cuando tú ya estés reventado de llorar de tantas indecencias o sucias indignidades, te puede mandar y aun levantarte la voz y machacarte si fuese necesario.
Los frutos de la mentira nunca son nobles, ni honrados, ni valientes, ni bondadosos, ¡ni ejemplares para nadie! Son lo reprobable y lo contrario a la verdad.
Si es conveniente y necesario, la mentira te puede dejar desolado y con un brazo colgando.
Yo, a veces, eso prefiero antes de que todo sea lo mismo durante siglos y siglos (entre tantas miserables maldades) y que el hombre nunca encuentre la verdad.