Sé que no es buena idea poner un título y contradecirlo en la primera línea y, sin embargo, son 75 años y, quizá, alguno más de una de las joyas del cancionero español titulada El emigrante, compuesta por Juanito Valderrama y el Niño Ricardo, que es también una de mis favoritas.
Son 75, porque la referencia más atrás en el tiempo que he encontrado de la canción es de 1949, concretamente el 11 de noviembre en el periódico El adelantado de Segovia, en una crónica del espectáculo Mosaico español de Valderrama, en la que la cita expresamente:
Las estampas están logradas dentro del mayor gusto, destacando «El pintor sevillano», « Las cuatro esquinas», «Al pie de la fuente», «El emigrante», «Como una hermana», «La niña de los milagros» y el cuadro final «Alegrías».
Esta actuación fue la primera en España después de que Juanito Valderrama hubiera vuelto de México, lugar en el que, según José Blas Vega en La canción española, debió dar a conocer El emigrante.
No obstante, el propio Valderrama contó que la canción nació en parte en el municipio leonés de Ponferrada y que se acabó en Tánger; de ser así, según consultamos hemeroteca (diario España de Tánger), hemos de irnos hasta diciembre de 1947, lo que coincide con lo que Manuel Francisco Reina expone en Un siglo de copla, o a noviembre del año siguiente.
De todos modos, no es el propósito de fijar una datación, sino de que se cumplen unos 75 años de esta canción, que tiene uno de los comienzos más fascinantes y llamativos de cuantas se han escrito:
La imagen religiosa (rosario) contrasta con la del deseo expresado en un elemento de la boca (dientes), como si los besos que se aluden después fueran más allá de los labios:
Después la canción da un giro hacia el sentimiento de pérdida y exilio de España, pues fue escrita después de ver a varios exiliados españoles en Tánger, como podemos leer en la reproducción de las palabras del autor en la web flamencobarcelona.org:
Y a mí me llegó muy hondo saber que [...] Tánger estaba atestado de españoles que se habían tenido que ir después de la guerra. Yo los vi llorar allí en la puerta del teatro, agarrados a mí, rodeándome cuando entraba para los camerinos por la puerta de artistas [...].
Y uno de los que se acercó fue precisamente el que me salvó de morir en la batalla de Brunete, como tantos muchachos de mi pueblo movilizados, cuando me dio el carné de la CNT y me metió de soldado en Fortificaciones: Carlos Zimmerman. [...] Nos vimos, nos abrazamos y nos hartamos de llorar los dos, porque los dos sabíamos que él no podía volver a España mientras viviera Franco.
A mí me pareció que media España estaba allí, refugiada en Tánger, en esa emigración forzosa, con esa emoción que vi luego en el teatro, todos en pie aplaudiendo los cantes de España, sin colores, sin bandos, con lágrimas en los ojos. Allí ni se decía nada en contra del régimen de Franco ni a favor de nadie. Nada más que llorar recordando nuestra tierra:
–¡España, España!
Y la guitarra, y el cante, y los oles. Aquello no era ni de Franco ni de la República. Aquellos hombres eran de España.
Resume perfectamente todo esto aquello de «Adiós, mi España quería /dentro de mi alma te llevo metía», que intensifica mucho más cuando hace la recopilación sentimental en:
y un rosario de marfil.
Representó auténticamente un momento de la Historia de España, de la que la hacen las pequeñas personas que se identificaban con esta canción que, como arriba se ha leído, eran de España sin estar en ella y también de quienes vivían en ella.