Esta izquierda “progresista” (como si los que no son de izquierdas no deseasen el progreso) española no sólo ha puesto el grito en el cielo, sino que han denunciado ante los tribunales a los obispos de Getafe, Alcalá de Henares y Córdoba por haber hecho uso de lo que se nos permite a los españoles en nuestra Constitución, es decir, por haber dispuesto de su derecho a la libertad de expresión, cuando han manifestado su opinión sobre la llamada doctrina de género. Es más, El País ha decidido execrar a los obispos de Getafe y Alcalá de Henares que emitieron una nota en la que se denunciaba que la Ley contra la LGTBfobia aprobada el pasado 14 de julio en la Asamblea de Madrid ataca la libertad religiosa y de conciencia y supone un atentado a la libertad de expresión.
Estos adalides de la “libertad” se amparan para ello en el pretendido lema de los derechos individuales y se parapetan tras una pretendida igualdad que exigen para ellos y niegan a los demás.
Por ello queremos hablar sobre la libertad de la que hacen bandera para defender e imponer su ideología, negándosela a los que no coinciden con sus opiniones y fines a los que tienden. Esto me recuerda el dicho tan español de: “Justicia señor, pero por mi casa no”.
Reclaman una independencia que no permiten a los demás. Pueden defender e imponer sus opiniones, pero no permiten que otros aboguen por las suyas.
Así combaten y denuncian en los juzgados a los obispos que se han declarado contrarios a la ideología de género, profanan capillas de facultades, profieren gritos de: “Arderéis como en el 36”, efectúan exposiciones sacrílegas, titiriteros, amparados en esa falsa libertad de expresión, encomian y enaltecen a terroristas, escarnecen la religión y se mofan de las creencias de otras personas, se burlan de las procesiones católicas y hacen escarnio de ellas sacando a pasear el “santo coño insumiso” y otras manifestaciones que, en virtud de la libertad de expresión, están transgrediendo el límite de la misma, al igual que ofenden los convencimientos de otras personas, con la injustificable decisión de algunos jueces que no los condenan porque también consideran que esos comportamientos son libertad de expresión.
Cierto profesor nos explicó que la vida era como un enorme tablero de ajedrez y que, al nacer, a cada uno se nos asignaba un cuadro del mismo para que, dentro de él, realizásemos las actividades que, libremente y dentro del respeto a las leyes, cada uno quisiere llevar a cabo, pero, en el momento que invadiese cualquiera de los cuadros contiguos, ya estaba abusando del que lo ocupaba, coartando su libertad y no dejando que se desarrollarse completa y libremente.
Eso es lo que se debe de admitir, que se invada la intimidad de nadie, se le falte al respeto o se intente manipularlo para que no tenga criterio propio (se maneja mejor un pueblo de incultos que de ilustrados).
No se puede tolerar que lo que para unos es libertad de expresión, aunque se ofenda a los demás, para otros sea motivo de denuncia en los juzgados. Hemos de intentar conseguir que cada uno manifieste libremente sus pensamientos sin ofender ni humillar a nadie.
Si desde pequeños enseñasen lo del cuadro de ajedrez, seguro que casi podría lograrse el respeto a los demás y a sus convicciones. No es que llegásemos a una Arcadia feliz, pero habría más humanidad y capacidad para entender los problemas de los demás con la tolerancia consiguiente.
Lo dicho: “Justicia señor, pero por mi casa no”, “Yo puedo ofender a quien quiera, pero que nadie opine en contra de lo que mantengo”.
Así se entiende la libertad de expresión en España.