En España existe un dicho que es casi un axioma, y es que los españoles siempre han ido tras los curas, bien con un cirio, o con una estaca.
Ciertamente ha habido épocas en las que lo Reyes y los príncipes de la Iglesia han estado tan compenetrados y unidos, quizá demasiado, que no había casi diferencia entre una y otra voluntad, es más, la mayoría de las veces, primaba la del poder político sobre el eclesiástico.
A pesar de ello era, podríamos decir, la época de las vacas gordas para la Iglesia, aunque no para los cristianos que se veían oprimidos por ambos jerarquías.
Era cuando el poder real se consideraba que emanaba directamente de Dios, de forma que se era rey o se gobernaba España “por la gracia de Dios”. Así reza en cualquier documento emitido por un monarca desde los tiempos más remotos.
Lope de Vega en su obra “El Rey D. Pedro en Madrid”, ya en el siglo XVII, dice:
Son divinidad los Reyes.
Y más adelante en la misma obra:
Que es deidad el rey más malo
En quien Dios se ha de adorar
También nosotros hemos conocido un gobernante español que igualmente lo era “Por la Gracia de Dios”
El pueblo, sumiso y obediente, pagaba sin rechistar los impuestos reales y los diezmos y primicias a la Iglesia, según preconizaba el antiguo Catecismo.
Eran tiempos de felicidad y concordia, aunque siempre ha habido un latente sentimiento de anticlericalismo, que eclosionaba, cuando la ocasión era propicia.
Por ahora, esa época ha pasado a la Historia. Nos regimos por una Constitución aconfesional, que no laica.
Intentaremos explicar la diferencia entre Estado laico y Estado aconfesional: El laico es aquel que es independiente de cualquier organización o confesión religiosa o de toda religión y en el cual las autoridades políticas no se adhieren públicamente a ninguna religión determinada ni las creencias religiosas influyen sobre la política nacional, por lo tanto, es neutral en materia de religión por lo que no ejerce apoyo ni oposición explícita o implícita a ninguna organización o confesión religiosa
Un Estado aconfesional es aquel que no se adhiere y no reconoce como oficial ninguna religión en concreto, aunque pueda tener acuerdos (colaborativos o de ayuda económica principalmente) con ciertas instituciones religiosas.
También se suele decir: “Creo en Dios, pero no en los curas”. Esa era y es una disposición que, aunque solapada, ocultaba ese malestar no sólo contra los curas, sino también hacia la misma Iglesia.
Los Padres de la Constitución del 78, buscaron con esto que ninguna religión tuviese preeminencia sobre las demás, y que todas serían respetadas por igual, teniendo las mismas obligaciones y derechos, y que nadie sería perseguido por sus creencias.
Pero, hete aquí, que eso, en estos momentos, no se respeta en absoluto. Estamos en el punto crítico de ir detrás de la Iglesia y de los cristianos, armados con la estaca.
Una malhadada y nefasta Ley de Memoria Histórica, sacada de la chistera por un rencoroso Presidente, ha vuelto a resucitar los odios, enconos y malquerencias entre los españoles, como si solamente una parte de esta desgraciada España fuese la culpable de las atrocidades que en la aciaga guerra fratricida se cometieron.
Se profanan iglesias, se persiguen las manifestaciones públicas de los cristianos, se retiran símbolos religiosos de lugares en los que han estado desde tiempo inmemorial, en una palabra, se blande el garrote.
Los gobernantes, tienen que legislar y gobernar para todos los ciudadanos, no sólo para aquellos que los han votado, no obstante, se están dando casos en los que execran cualquier acto o celebración religiosa y no asisten a ella, por eso mismo, por ser cristiana. Desde luego que no hace falta su presencia, pero son los representantes de un pueblo, en su mayoría católico, y se deben al cargo, aunque tengan que ocultar sus creencias.
Y mientras, ¿qué hacemos los católicos?, mostrarnos pusilánimes, cuando no acobardados ante estos ataques. Faltos de valentía y, como si nos sintiésemos culpables de serlo, no proclamamos nuestra fe y, en muchos casos, la escondemos como si fuese una cosa vergonzosa.
No se me ocurre ni en la imaginación que salgamos en manifestaciones, ni hagamos algaradas. Estoy convencido de que eso no sirve para nada.
Lo único que tiene valor es el testimonio vivo de nuestra confesión cristiana, la manifestación de nuestras creencias sin complejos ni miedos, pues no hay por qué tenerlos, pues ya lo dijo Jesucristo, según el Evangelio de S. Lucas (16,1-13): Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz.
Mientras no cambiemos de actitud y tengamos la valentía de defender nuestras creencias, los hijos de las tinieblas nos irán arrinconando cada día más y nosotros seguiremos poniendo las espaldas para que nos las llenen de zurriagazos.
No obstante siempre me queda una duda, si lo que persiguen son las creencias religiosas, ¿por qué lo hacen sólo con los católicos? Hay otras confesiones y templos a los que no se atreven a atacar ¿Será por miedo a que respondan con la violencia que se merecen?
Comentarios
Sí a la memoria histórica
Discrepo del señor Villegas en lo de la memoria histórica, bueno en realidad discrepo de todo lo que escribe. Su descalificación a Zapatero también podría descalificarlo a él, es decir, es una autodescalificación. Su visión de la religión aunque muy respetable, no es respetuosa con los demás, y esa visión de mártir para los eclesiásticos está muy lejos de lo que ellos mismos pregonan. La iglesia, no se olvide señor Villegas, de lo que está cerca es de los niños, de esos por los que su Papa ha pedido perdón ante los abusos de los curas y obispos "por estar tan cerca".
Y salgan, salgan en procesión como tanto hacen, y que haya un referendum sobre laicismo que a lo mejor se llevan una sorpresa al estilo catalán.
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