Este es un relato sencillo. Una pequeña historia, ni eso, una intrahistoria que ocurre y discurre en el mes de febrero, por Carnaval. Sus protagonistas, dieciséis jóvenes entresacados de la maltratada juventud de nuestro tiempo canalla, que unidos en comparsa se transfiguran en románticos revolucionarios de los que, en aquel siglo diecinueve, fueron injustamente ajusticiados por querer, más que a su propia vida, lo que sin complicaciones ideológicas, con sabia llaneza, el pueblo conoce como libertad, justicia y derechos esenciales.

En cumplimiento de la condena capital, a la fría hora del alba, sobre el granito de la plaza del pueblo, mojado por el rocío; tenuemente iluminado por la primera luz del día, se intuye, erguido como una guadaña, un cadalso del que cuelga el dogal que ha de ahorcarlos hasta que mueran.

Pero antes de la ejecución, preguntados si algo tenían que decir, cantaron el lamento de sus últimas palabras. Permitan que les cuente, porque es de buena ley, lo que oí, lo que todos oyeron, lo que dijeron.

Abrieron un sentido alegato, con la razón de la causa que allí, encadenados, los traía.

“Soy el capitán del amor perdido y viejo como el horizonte. Que se deja atrapar por los cobardes y traidores. Encadéname, para que el pueblo vea porque estoy oprimido, no quites los grilletes que representan nuestro desafío. Por culpa de la ley, la ley de los cabrones nos hacen rebeldes frente a los tiranos y nos hacen héroes frente a los herejes que pecan de humildes y solidarios. Un eslabón de cadena, por no callarme la boca y decir que estas leyes te aprietan hasta que te ahogan”

Es sabido que el roce de la cercana muerte despierta evocaciones de lo vehementemente vivido. Y así recordaron a su tierra, así, a Cabra.

“Mientras los atardeceres, van cayendo uno a uno por la ventana de mi celda. Vienen a mí los recuerdos de paseos interminables por callejitas de piedra. Y ese sol tan travieso que te hace tan bonita, un hola, buenas tardes, y siempre una sonrisa. Déjame cantar tu nombre una vez más. Cabra de los mil desvelos. Cabra de los sentimientos. Cabra de tantos poetas que derramaron sus versos. Cabra de luz y murallas. Cabra de huertas y almenas, de corazones tatuados con el nombre de la sierra. Bandera llena de espejos donde se refleja el alma, caricia de una brisa y de aguas encantadas. Cuando doblen las campanas porque yo ya me haya ido búscame en esa placita, donde jugaba de niño”