Julián Valle Rivas
Sentados ante una pequeña mesa en una sala de su casa, la conversación había sido breve —girando en torno a la edición y distribución de mi nueva novela, buscaba su consejo y su experiencia—. Un libro había sobre aquella mesa, solitario, aguardando, paciente, su lector. Lo tomé entre mis manos, pasé sus páginas en un rápido vistazo para detenerme, después, en el encanto de la foto de portada. Rocé con mi dedo la silueta de la joven protagonista de la misma, recreándome. «Quédatelo», me dijo con sincera naturalidad. «Léelo y ya me contarás qué te ha parecido», agregó. La invitación procedía del propio autor, Manuel Guerrero. El libro era su última obra: la colección de relatos “Para despertar”.
Y vaya si lo leí. Con mucho gusto y satisfacción. Cuando un poeta decide probar suerte con la narrativa, cultivándola con el respeto de quien se adentra por senderos poco explorados, merece nuestra atención, movidos por la curiosidad.
A pesar de que la elección del título vendría dada por la inclusión del poeta en el ámbito de la prosa —su despertar en el mundo de la narrativa—, el lector pronto descubrirá que la obra es, en sí misma, una metáfora del propio acto de despertarse, del fenómeno cotidiano de interrupción del sueño. Así, la lectura se inicia con dos microrrelatos —“La pesadilla” y “El milagro”—, que son la adaptación de sendos poemas; son poemas narrados. Con ellos estamos ante el Guerrero más puro, ante el poeta en estado ingénito. A partir de ahí comenzamos a salir del sueño, vamos despertando, hasta alcanzar el mundo consciente, la narrativa en su plenitud, con la novela breve “Ingenio y figura”.
Durante el proceso, se observa la evolución de los textos, se percibe cómo, poco a poco, la lejanía del sueño se va acentuando para aproximar al lector al propósito marcado. Y para ello, el autor recurre a un báculo que le sirva de ayuda durante este peculiar camino: el amor, el tango y los libros. Un conjunto que conoce sobradamente y le ofrece la comodidad necesaria durante la marcha; descansando, de vez en cuando, en un apartado docente.
Textos ingeniosos, amenos, interesantes, que invitan a la lectura y retienen al lector para que no la abandone hasta su conclusión. O a que lo haga durante breve tiempo. Desde la narración de un encuentro histórico —en “Celda número 4”— hasta la «nota crítica» —en “Gardel no debutó en París”—, la obra honra al género con una dignidad y una seriedad que sorprenderán a algunos.
El autor obsequia, con pinceladas de realismo manifiesto, una cotidianeidad espontánea que facilita la simpleza de la identificación y cercanía con los personajes y sus situaciones. Pero, además, profundiza con certeros apuntes reflexivos en lo más íntimo del ser humano, en aquello que lo diferencia, que le da vida y marca la especie. En ocasiones, con repuntes de aflicción sentenciosa. «Los humanos estropeamos todo lo divino». Escribe en “El milagro”. Y no le falta razón. Hay momentos en los cuales, cuanto más conocemos, cuanto más aprendemos y cuanto más vivimos, más conscientes somos de una terrible comprensión: el ser humano puede ser la peor maldad del planeta y busca diariamente su propia decadencia. Aunque no todo está perdido. También existen la esperanza y la belleza. La felicidad y el amor. «Antes de la confesión —escribe en “Naranjo en flor”—, todo había sido maravilloso. Hasta aquella niña maloliente y peor vestida estaba llena del mágico esplendor de lo venidero». Sentimientos imprescindibles en la vida y obra de Manuel Guerrero. Son la fuente de su inspiración, por ello al lector, bebedor exigente e insaciable, le resulta tan fresca y agradable el agua que emana de la misma. Porque, sencillamente, logra la armonía con el texto y la historia. Un deleitoso goce.
Con todo, el profesor no olvida que, igualmente, él es lector; por tanto, no se resigna ante una posible relegación de ciertos principios. «También me recomendó —escribe en “Ingenio y figura”— relatos, poemas y piezas teatrales que compré en una librería o leí en Internet (siempre me repetía que la lectura en un libro se realiza sentado y echando el cuerpo atrás, por lo que se disfrutaba de ella; mientras que la lectura en la pantalla de un ordenador el cuerpo se echa hacia delante y no proporciona placer)».
Provecho y diversión son los objetivos que se marca en “Para despertar”, de ahí que concluya el prólogo con palabras como: «Y, por esto, por la variedad temática, espero que alguien encuentre algo de gusto y, para mi mayor satisfacción, de provecho». Añadiendo poco después: «… para manifestar la voluntad de que no haya condescendencia, si no he conseguido, al menos, el divertimento de quien lee».
Sin duda alguna, la obra alcanza dichos empeños.
Julián Valle Rivas
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