No hay procedimiento más censurable que los acuerdos o pactos postelectorales de gobierno. Me parece estupendo que el partido en el Gobierno y con mayoría en el Legislativo alcance acuerdos puntuales en asuntos concretos con otros partidos —si precisa mayoría absoluta su aprobación, por ejemplo—; serviría, de paso, para valorar la vocación de servicio del partido con el cual negociar o su reacción automática a oponerse, cuando el asunto se vislumbrase lógico y razonable. Pero lo que me parece inaceptable es que partidos que se lanzan durante toda la campaña —y precampaña— electoral desprecios, hostigamientos, infamias, desconsideraciones y hasta, si les place, calumnias; partidos que se niegan unos a otros más veces que San Pedro a Jesucristo, se alíen, pasado el trámite, con el objetivo de arrebatar el control del Legislativo y Ejecutivo al vencedor con mayoría simple. Escupir reproches demagógicos, reduciendo a zarandajas las propuestas programáticas, para después, con un pelillos a la mar, escudándose en aquello de que los votantes prefieren una mayoría de izquierdas, o de derechas, o una caña y media de calamares, se den un abrazo y se repartan ministerios, se me antoja deshonesto e hipócrita, propio de diferentes lides. La primera mentira ofrecida por los partidos es asegurar con deplorable rotundidad que nunca pactarán con otros. Porque, en realidad, no dudarán, de precisarlo. No en vano, el atractivo del Poder es irresistible. Si de verdad fueran honrados —por ventura, una reflexión guasonamente utópica—, los partidos políticos aparecerían a cara descubierta, poniendo las cartas sobre la mesa antes de la celebración de las elecciones, y concurriendo a ellas como agrupación, coalición u orfeón chabacano, al gusto. Esto sí sería decente y democrático. Limpio. Y justo con los electores. Ahorrándonos, por lo demás, amén de dinero público, presenciar el concurso de recriminaciones con múltiples equipos en que se ha convertido cualquier campaña —y precampaña— electoral.
En Andalucía —la comunidad que más cerca nos pilla— estamos convocados a tres citas electorales. Habría bastado con tres elecciones en dos citas, unificando las fechas para las autonómicas y municipales, pero, en una suerte —o desgracia— de estrategia personal y política, a la Presidente de la Junta le venía mejor el mes de marzo. No a los andaluces, cuidado. A la Presidente. En marzo, dispone de margen para concurrir a las primarias nacionales socialistas y Podemos no está suficientemente consolidado en la Comunidad. Calculadas las pautas, aquello del ajuste presupuestario, ya no importa. Y si repercutimos al Tesoro tres facturas de gasto, en lugar de dos, se repercute. Faltaría más.
Autonómicas, municipales y generales, entonces, y por este orden, en las cuales la probabilidad de lograr mayorías absolutas deviene escasa. Los resultados de Podemos incidirán en las alianzas, nadie se atreverá a gobernar con mayoría simple. Empezando por las autonómicas, no se barrunta una variación significativa de la situación actual. Salvo que los socialistas se traguen su orgullo de casta por un sillón gubernativo, aceptarán de nuevo a IU, el partido cuya defenestración justificó la convocatoria electoral (no indigna a los andaluces la escandalosa marea de corrupción destapada). Podemos también preferirá a IU, su primo hermano, pues el PSOE es primo segundo, si no tercero o cuarto. El PP, por el contrario, sufrirá las consecuencias de la política gubernamental de su partido a nivel nacional.
El abanico de combinaciones tras la llamada municipal es tan amplio como el número de municipios. No se prevé excesivo cambio en nuestro entorno; no obstante, a nivel local, cada uno es de su padre y de su madre; luego están los amiguismos y los intereses, focalizados e íntimos; los compadreos y los compromisos; la cercanía y el día a día. Factores varios, alejados de sentimentalismos ideológicos y del mejor perfil a cámara.
Para las generales, por último, queda demasiado. En España vale el final, no el principio y la trama —o nudo—. Podemos contará con IU, y la unión PP-PSOE, para evitar la presidencia de Pablo Iglesias, supondría confirmar las constantes denuncias de aquéllos acerca de que ambos son lo mismo. Junto con la debacle definitiva socialista, cuyo electorado fiel lo castigaría sin piedad.
Nuestro arco asambleario acogerá, en fin, otros partidos bisoños, como Ciudadanos (excepto para Cataluña), que, efluyendo credibilidad y formalidad, con táctica y buenas bazas, aspiraría a una representatividad envidiable. En cambio, UPyD, de conocida veteranía, se hundirá en la particular arrogancia de sus líderes.
De un modo u otro, para los partidos, la mayoría absoluta es la única respetable. Tras las elecciones, iniciarán su gobierno sellando pactos, probando así sus farsas… Quizá esto sólo sea el coste de disfrutar de un pluralismo político. Y no es mal consuelo. Siempre que no nos tomen por idiotas, claro.
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