Me planto ante este libro de formato raro y caprichoso, por su estética propio para coleccionistas (de unos 35 x 22 cm), de Francisco Núñez Roldán. Me empapo en sus dos introducciones: la primera, sobre el contenido del cuento; la segunda, trata de las artes plásticas, y aquí me atrapa la curiosidad. Me dejo llevar por el hilo incitante de los grabados de Marta Morón, que ilustra el ejemplar. Y tras leer la cita, que me encanta, del genial Francisco de Quevedo, que reza: “Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos.”, sigo expectante las ilustraciones. Me pierdo en la interpretación. Me reflejan un cierto terror difuminado. Creo, no sé si tratan de éste o del otro mundo, pero es igual, supongo que sus estampas hablan del contenido de la obra, pues sus pinturas pintan a tragedia y no sé si de este mundo, donde no paro de ver algunos sobresaltos que me ilustran la vida cotidiana.
Luego me aplico. “Chantal Ortiz se decidió a escribir un cuento.” Observo los cipreses que decoran el cementerio. El cuento trata en principio, de esa dualidad lastimosa del entorno creativo y la ausencia de lectores, de ese esfuerzo y entusiasmo que anima y desanima al escritor ilusionado, en este caso escritora. Y por qué no decirlo, de editores que empeñan su alma en el libro con verdadero amor, haciéndolos inmortales del arte. Quizás yo me refiera a un empujoncito cultural que nos abra la fantasía contagiosa. Lo que buscaba Chantal, para sobrevivirse en la desgana y lejos de la buena suerte. Dependencia, en la que mucho es alivio del creador esperanzado. Y bueno, hasta en esto parecía entenderse la decepción de Chantal.
Miro las láminas de rostro descorazonado, pensativo, vacío. Y uno se sale del cuento y entra en la realidad. La realidad -pienso-, no es otra, sino lo que yo haría. Y ya entramos en el descuido de las éticas y pienso en éstas, que sería como entrar en el fracaso de lo colectivo. O sea, donde la prioridad estética prima sobre la ética. Y uno piensa, por aquí vamos mal. Y mientras, Chantal piensa “que sin ideales no se vive”, nadando contra corriente. Pero recibe una propuesta, por supuesto, y esto lo digo yo, corrupta en el fondo, sin remedio. No es cuento, pero es ilusionante. “A ver, un cuento gótico, negro, blanco, o lo que sea”. Chantal se queda pensativa. Nos hila la historia y nos atrapa merecidamente. Su argumento es vitalista. Nos acerca visualmente al campo Santo, donde, solo habitan quienes ya dejaron este paseo rutinario del mareo de la vida. Era un lugar siniestro, “donde van las cosas doblemente muertas”, las de desecho y entre ataúdes, la motriz curiosidad, una carpetilla, los olvidos que acompañaron al desenterrado. ¡Quién sabe! Ah, el nombre de Hilario Segura.
Las puertas de los nichos, dejan una extraña sensación. No sabes qué pensar. Son cosas frías y ausentes. Pero forman parte de la historia, esta que nos viene contando la del niño que embarca la pelota, que es acosado por los compañeros del colegio y le hacen bullying; pero bueno, esto forma parte de la habitual costumbre. Tiene tirón este desdoblamiento, la doble vida, la de los vivos y la de un solo muerto. Siniestramente, concuerda con la cita voluntariosa de Quevedo. Nos lleva en una continua reflexión sobre la vida. Pero es legítimo pensarlo. Chantal nos va guiando por entre su pintura, por las hojas de la decepción. Pero la historia sigue, vacilante, dudosa, impregnada de intriga. “No se lleva ya eso de levantarse cuando llega una chica”.
Sugerente por sobre cómo absorbe, atrae la atención hasta inquietar, y desvías la mirada a la quietud pictórica. Eso de que te acosa el invisible espíritu de un más allá. Como si te abrazaran otras ropas. No es el azar de que nos habla Borges, sino una intuición desesperada. ¡Qué hechicería!, “apropiarnos de los muertos para seguir contando cosas a los vivos”. Fascinante, ¿qué podríamos contar, que impresionara, de los vivos que ya conocemos? Este sueño de Chantal, entra también en el cuento de Hilario Segura. La idea procedente de otro sueño, de la idea real, figurativa, espontanea. Aterra este temor de la caricia del visitante ajeno, si sugestivamente nos deja su caricia en nuestra piel suave y cariñosamente. Pero la voz propone que Chantal ha de escribir la historia.
Qué rotundamente hilado, nos lleva este relato, de los difuntos a los vivos. Chantal y Alberto lo consiguen por ese azar de la sorpresa. “¿Había un tal Hilario en tu oficina, en tu empresa?” Nos va descifrando el relato. Sí, había. “Alguien allí, alguna vez dijo ese nombre”. Pero una sombra la sigue, y hasta la mira desde otra persona. Miro algo de un parecido paisaje tenebroso, una leve irisación, no sé ni qué transmite, una irrealidad de intensas emociones, que con levedad van despertando. Su vorágine intensa de idas y venidas desarrollan la idea más literaria y contagiosa. En esencia se evaporan algunos personajes. Menos mal que el editor se salva dentro de su ficción y con el libro, la idea, la palabra, su sustancia escrita, contenida en la obra.