Ayer, día 22 de abril, ¡dichoso día dual de la memoria!, conmemoramos y celebramos en nuestra Sevilla de las mil caras, un recordatorio pro cervantino y, por adelantado, el día del libro, ¡de los libros! Fuimos pocos, pero muchos en felicidad. No voy a mencionar nombres, por lo obvio, porque éramos uno: todos a una, como en Fuenteovejuna. Todos éramos el nombre de Cervantes. El glorioso Miguel, que nos eligió este día para su fallecimiento. El icono de nuestra literatura, de nuestras letras fronterizas entre el renacimiento y el barroco, ese idioma que no conozco, porque sólo lo hablo, y conmigo lo hablan unos 600 millones de personas; esa segunda lengua materna del mundo, por el número de hablantes; la tercera en cómputo global, que unos cuantos rechazan. Y parece que también, la tercera utilizada en la red. ¿Red? ¡Qué ardid! Todo un récord. Una potencia que merece un poco de atención objetiva y cuido. Cuando menos, respeto. Valor que todos sabemos por qué se nos conoce: por el acento.
Leyendo un libro, donde se habla o especula sobre el Infierno, el Purgatorio y los cielos concéntricos del Paraíso, encontré estas líneas que me parecen una sincera aseveración congruente, que transcribo: “El encanto es, como dijo Stevenson, una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor. Sin el encanto, lo demás es inútil”. Nosotros celebramos ayer este emotivo evento en una Biblioteca. No era la de Ptolomeo en Alejandría, ni la de la Avenida La plata; era mucho más modesta, pero encantadora y mágica. Era la Biblioteca de la Casa de Extremadura, en Sevilla, que nos dio su cobijo, su aplauso y su bendición. Y de allí salimos encantados y con flores en las manos para ofrendar a Cervantes, tras la lectura de una selección de poemas del insigne escritor.
Y como buscando el Centro de Interpretación de Miguel de Cervantes Saavedra, cruzamos la plaza de San Francisco, directos hacia el busto. Un minúsculo grupo de amigos y amigas de esa lengua universal y sus libros, para llevarle las flores a Miguel; y, en su pequeña escultura de la calle Entrecárceles, sobre sus hombros, junto a la empuñadura de su espada, de su gola, por su cuello, sobre la peana que sostiene su efigie, quedaron aquellas clavellinas rechinando amores y recitando versos encantados desde la Biblioteca, sonetos, redondillas, romances y poemas dedicados. Yo noté algo por el cuello. No sé si fue una mano de Cervantes, pero no dije nada. Por si las moscas.
El caso es que no solo le llevamos flores. Le llevamos música en versión para armónica. La gente nos miraba. Pero todos sonreímos al lado del ingenio que en tantas ocasiones paseara por Sevilla y la nombrara hasta 125 veces en sus obras. No sabían que éramos un grupo de poetas, y que el poeta empieza donde acaba el hombre. Mientras, yo declamaba ¡Adelante!, que suenen los tambores de la palabra escrita en versos de Cervantes. Mas diciendo, en este lugar y en este día.
Un humilde homenaje, una feroz apuesta, un modo de entender la cultura y de entendernos de forma universal y sanamente con el corazón. Con el lenguaje más bello y más antiguo: la poesía. Esa endiablada flecha que nos mata de amor y sin hacer la guerra, como algunos prefieren y provocan. Y quieren, y se callan. Ese lenguaje que va algo más allá de las acequias y nos acompaña en la escasa lectura de los libros. Densa es la palabra, la antigüedad que guarda desde la profanada Grecia de la sabia filosofía, desde la piedra que albergó la primera palabra ‘beso’; desde el antiguo papiro, dejándonos el aroma de los libros. Y por eso, y por ese amor, tan quemado y olvidado en las Bibliotecas, ayer estábamos los amigos del libro, engastados y abriendo camino con el verso, con la palabra escrita, portando clavellinas en las manos. Con flores a Cervantes. Y porque “La Libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden compararse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.” Que así sea, y que la felicidad halle su anchura camino de los libros.