El pasado 4 del corriente, sábado, celebramos en la Peña Cultural flamenca Jumoza 3, de Sevilla, una sesión de cultura flamenca. A mi parecer, apoteósica: completa. Y además, considero que necesaria para el flamenco y su entorno. El tema estaba dedicado a la mujer flamenca. Aunque estimo que fue un sólido atracón, para algunos. Porque no es habitual, primero, culturalmente, empaparse una conferencia y después, disfrutar de un concierto de cante variado como el que tuvimos, por excelencia. Todo este variopinto y seductor acopio de aportaciones me impulsó a ésta, llámese crónica o pasaje flamenco. Donde la suma de acontecimientos, me llevan a deducir que el flamenco, no es sólo Patrimonio de la Humanidad, sino que a la vez, es literatura. Sí, arte de la expresión verbal y el conocimiento. La experiencia.
Primero, se nos impartió, por parte de Rosa Domínguez, una visión (que yo entiendo como conferencia en toda regla), sobre la participación y el acercamiento de la mujer a las Peñas Flamencas, a lo largo de la historia del flamenco. Esto es seductor, porque nos entretejemos con la historia del patriarcado de siempre. Y esto no es nuevo, pero necesario es hacerlo sutil y desvelarlo, como hizo Rosa Domínguez, para entender mejor, cómo acercarnos los unos a los otros. Pero sin crear barreras. Porque esto, es más que amarse. Después, Julio Prenda, percusionista, nos hizo una interesante exposición reflexiva sobre la necesidad de trabajar para hacer que nuestros jóvenes sientan algún interés por nuestro arte flamenco o cultura flamenca. Y aquí, esto, es más inquietante; porque es evidente que hay un muro que desconecta a nuestra juventud de lo que puede llamarse conocimiento de nuestro más genuino arte andaluz; reconocido como Patrimonio de la Humanidad. Aquí, algo no me cuadra bien, porque también sucede de igual manera, en otras artes, como es la poesía o actos literarios y todo ese polinomio que imprime sensibilidad y humanismo. ¡Ay!, el humanismo. Aquí sí debemos ponernos las pilas seriamente, porque se rompe el credo. El hilo, el eslabón y se pierden los estribos. ¿O hay que salvar los intereses creados?
Y entramos de lleno en el cante y sus intérpretes. Donde hay suspiros de muchos colores y pellizcos. Nos encontramos con un solo de guitarra, que nos hace José Manuel Pérez, por Rondeñas, abriéndonos la puerta del corazón (no debo extenderme en nada porque hay muchos). Me quedo con su toque exquisito y el mucho camino que augura. Su toque me sabe a sierra. Seguidamente, llega Manuel Ruíz, acompañado de la guitarra curtida y limpia de Eduardo Guisado. Nos canta por malagueñas. Quejío que duele en su voz rota, como si quisiera movernos de la silla. Remata su actuación con fandangos que nos recuerdan a Pepe Aznalcóllar. Cante entrecortado y sentido, duro. Y llega Patri Rodríguez con su voz aterciopelada y acompañada con la guitarra de José Antonio Aguilar y Julio Prenda en la percusión, que nos hace unos Tangos de graná, que me causan sensaciones de cante dorado. Solemnidad hablada. Termina su actuación por Bulerías, que conmueven, recordando a Santa Justa y Rufina, historia de la nuestra. Grito y hondura. Y ahora toca a Manuel García, acompañado con la guitarra de José Luis Scott, quienes nos hacen el Mirabrás, gracia y elegancia conjuntada. Me recordó al genio de Chocolate. Terminó su actuación por fandangos. Ese grito pequeño y grande a la vez, que no decae con su pequeña estrofa y su sentencia elevada.
Y entra en escena Loli Barral con José Luis Scott a la guitarra y nos canta por farruca, con su cadencia melancólica, palo que parece muy ausente de los escenarios. Gusta su cantar y el público reconoce. Remata su actuación con La caña; con su propiedad de dureza. La variedad hace el gusto y el público lo reconoce y aplaude populosamente. Y ahora llega Loli Molina, y nuevamente José Luis Scott (hay que reconocer que este José Luis trabajó mucho, viéndose obligado a mover continuamente la cejilla). Nos canta por Marianas, muy lucido este cante, y acaba su actuación por Bamberas, con su riesgo de columpio. Lucida actuación y pellizcos hondos y flamencos. Y ahora le toca a Niño Goyo, con José Luis Scott, que no para, y Julio Prenda en la percusión. Nos canta unas colombianas, lindas, con maestría desbordada, con voz muy apropiada para este cante, pone al público de pie; y seguidamente nos hace unas Bulerías (ojos verdes). Chapó, nos recuerda al legendario Canalejas de Puerto Real; y remata su actuación por fandangos, suspirando por el Carbonerillo, buenos pellizcos. Y completa el acto María Ordóñez, que fuera de cartel, espontánea, se nos arranca por Tangos, y vaya, nuevamente con José Luis Scott a la guitarra, el público disfruta y se pone de pie. Aplaude. Variado evento, extenso, pero sustancioso. Nos divertimos, y después comimos el potaje de garbanzos. Y aquí mis impresiones.