Así como el estómago y la mente son los motores de nuestra vida particular, así las causas que explican los procesos históricos pueden resumirse en dos fundamentalmente: las económicas y las ideológicas… aunque es en el corazón de cada individuo donde se establece el campo de batalla de ambas, donde surgen los miedos y anhelos, complejos y arrebatos.
Siguiendo las tesis marxistas podríamos creer que el proceso histórico queda definido a partir de la producción y la reproducción de la vida real: fuerzas productivas (medios de producción-tecnología, ecosistema..y organización de los mismos) y relaciones sociales de producción que se establecen, siendo el factor económico (infraestructura) el elemento más significativo en la formación de la superestructura ideológica (política y religiosa) de las sociedades, así como el motor de los procesos históricos .
Sin embargo, si el seguimiento del marxismo es laxo y no dogmático (laxitud que tuvo el propio Marx, al contrario que muchos marxistas que fueron más marxistas que él mismo) la infraestructura socioeconómica no sería el único factor en todas las circunstancias, ni siempre en cualquier circunstancia el más determinante. Porque si bien la ideología no explica por sí misma el proceso histórico y las transformaciones sociales (por ejemplo: el uso de la ideología con fines coercitivos tampoco supone un control absoluto y sempiterno sobre una sociedad dada) se configura no obstante como un factor muy activo (y a veces determinante) en las relaciones sociales, formando parte de la dinámica de la producción, su perpetuación y resistencia a los cambios históricos (que se derivan de las contradicciones y conflictos entre los grupos sociales) reproduciendo, ocultando y/o reforzando los valores sobre los que se erige el mantenimiento de las contradicciones.
Más bien diríamos que se establece una relación dialéctica de retroalimentación entre ambos factores: los ideológicos y los económicos. De este modo, cambiando las condiciones de producción cambiaría la FORMA de la superestructura político-religiosa, pero no necesariamente su FUNDAMENTO ideológico esencial.
Ese fundamento ideológico (en nuestras sociedades y en otras de la Antigüedad) no es otro que el Estado. Estado entendido como la institucionalización de la autoridad y el poder a través de la coerción y la violencia (con sus instituciones políticas, judiciales, policiales, militares, religiosas que sirven a este fin) y que, como decía Leval: “lejos de ser un instrumento creado para su defensa por las fuerzas económicas que dominan toda la sociedad y condenado a desaparecer con ellas, tiene por el contrario una vida propia, un poder que le permite modelar a la sociedad según su voluntad e influir sobre las relaciones de las distintas categorías sociales de acuerdo con sus intereses” determinando nuevas formas de explotación y dominio.
El origen del Estado, como defiende la tesis de Leval, arrancaría del llamado “principio de autoridad” y en la voluntad de ejercerlo, voluntad que individualmente todo ser humano tiene en respuesta a un “complejo de dominación” por la supervivencia, siendo un freno al desarrollo del mismo no tanto la defensa de la libertad individual (que también) cuanto todas aquellas estrategias comunitarias aplicadas en beneficio del apoyo mutuo y la solidaridad. De ahí que el surgimiento del Estado no haya servido (ni sirva) para regular las desordenadas relaciones humanas en un momento dado, sino para perpetuarlas en oposición a las respuestas comunitarias.
De esta manera, cambiando el Estado de forma tras modificarse la infraestructura socioeconómica: sociedades protoestatales o de jefaturas, ciudad-estado, estado protofeudal, feudal, absolutista, burgués... no cambia en su fundamento: la institucionalización de la autoridad y el poder a través de la dominación.
Siguiendo a Fromm podemos entender cómo influye en un individuo concreto la interrelación dialéctica entre ideología/economía de una sociedad, entre superestructura e infraestructura, entre estructuras de significado simbólico y sistemas sociales: cada ser humano tiene, por un lado, una “conciencia autoritaria” (equiparable al “superyo” de Freud) que aglutina el “principio de autoridad” (el “complejo de dominación” por la supervivencia) y las órdenes y prohibiciones que genera una sociedad dada (atrapada por el Estado o por el ejercicio autoritario). Por otro lado, el individuo tiene una “conciencia humanística” que se definiría por promover la capacidad de ser uno mismo y de juzgarse a sí mismo, así como por el establecimiento de estrategias con los demás tendentes al apoyo mutuo y a la libre cooperación.
Cada individuo, con sus posibilidades físicas y psíquicas, que vive en un contexto social y produce para vivir, con unas fuerzas psíquicas que motivan su conducta, sus sentimientos e ideas (en un proceso de interacción constante entre las necesidades físicas-éticas y la realidad social e histórica en la que participa) en conjunción con otros crea socialmente lo que Fromm denominó “carácter social”, definido por éste como “la forma en que se moldea la energía humana para aprovecharla como fuerza productiva en el proceso social”, carácter que sería propio de cada sociedad. Así una sociedad de tipo aristocrático con jefes o caudillos militares requiere que sus miembros tiendan a someterse a la autoridad y respetar y admirar a los que son “superiores”: los caudillos militares; Y en otra, como la nuestra, ese carácter social se basaría en la creencia en "el fin de las ideologías”, en la competitividad y el individualismo, en el tener y consumir , en que “estamos en el mejor de los mundos posibles”, o en que sólo los profesionales de la política o de la economía están preparados para llevar a cabo esa labor.
El “inconsciente social” cumpliría la misión de reprimir constantemente el impulso individual que cada persona tiene en su “conciencia humanística”, recurriendo a ideologías que lo niegan o afirman su contrario (utilizando los filtros del lenguaje, la lógica, los tabúes cubiertos de ideología, los mitos, la educación oficial, la publicidad o la propaganda). Y por miedo al ostracismo y a la marginación (el miedo a quedarse solo y fuera de la comunidad) el individuo reprime el impulso de su “conciencia humanística”, y éste sería el mecanismo a través del cual las prácticas de dominio se perpetuarían, a sabiendas que si este mecanismo falla…pues directamente el Estado aplica la violencia explícita.
De ahí que la superestructura ideológica no sea sólo el reflejo de la base económica, como cree el marxismo dogmático, ya que la sociedad produce el “carácter social” y éste tiende a producir ideas e ideologías que se adaptan y lo alimentan. En definitiva, la base económica propicia un “carácter social”, pero este carácter, una vez creado, también influye en el mantenimiento del mismo y en la propia infraestructura socioeconómica.
El miedo no formaría parte del “carácter social” ya que es algo que parte del individuo, de cada uno de nosotros. Aunque el individuo está influido por su contexto económico e ideológico, por el carácter social del entorno y del tiempo en el que vive, el miedo no es tanto social como individual en su esencia.
En este sentido las teorías de shock no funcionarían socialmente tanto como creen sus postulantes ya que el miedo, aunque puede contagiarse, no deja de tener un origen individual. El miedo funciona mucho más individualmente, y ello es así porque, en definitiva, el campo de batalla donde se enfrentan los miedos y anhelos, complejos y arrebatos no es otro que el corazón de cada uno de nosotros.
Por ello, aunque un “carácter social” basado en valores de privilegio y dominio, obediencia y resignación pueda pesar en los miedos y ánimos individuales, siempre han existido (y existirán) rebeldes, herejes, piratas, outsiders…. Y también por ello, cuando el “carácter social” ha cambiado y se ha basado en la igualdad y la solidaridad, la desobediencia y la autoorganización, a pesar de las actitudes individuales propensas al dominio y a la sumisión, al miedo, no se han podido evitar esas revoluciones.