Entre las dos fechas que dan título a este artículo han pasado 175 años. 1848 fue el año de publicación del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, una obra breve pero de un contenido denso, como podrá comprobar cualquier lector que se acerque a ella a la búsqueda de algo más que propagandismo. Entre las ediciones que poseo, está una bilingüe, realizada con motivo de su 150º aniversario con una Introducción de Eric Hobsbawm, quien entre otras cosas considera que el libro “como retórica política tiene una fuerza casi bíblica. Es decir, no es posible negar su irresistible fuerza literaria”, si bien desde ese punto de vista considera que las traducciones no suelen estar a la altura de la lengua alemana del original. Utilicé con frecuencia fragmentos de la obra en mis clases, e incluso recurrí a ella al impartir en la Facultad la asignatura de “Historia de los nacionalismos europeos”, con el fin de dar una visión marxista del concepto de nación, y que se podría resumir en esta frase: “Los obreros no tienen patria. No es posible quitarles lo que no tienen”. Y con esto lo que querían decir los autores es que sin tener poder, sin “hegemonía política”, la clase obrera no podía ser considerada como integrante de la nación, a lo cual añadían la defensa de los planteamientos internacionalistas.
Con solo unos días de diferencia de la publicación del Manifiesto, el 24 de febrero de 1848 se proclamó en Francia la II República, y al día siguiente la presión popular obligó al gobierno provisional a publicar un decreto de gran trascendencia social. Su redactor fue Louis Blanc, y en él se decía, entre otras cosas, que el ejecutivo “se compromete a garantizar el trabajo para todos los ciudadanos”. Al margen de otras repercusiones, aquello obligó a responder unos días después a la demanda popular de un ministerio encargado de la organización del trabajo. No se llegó a tanto, pero sí a la creación de una Comisión del Gobierno para los Trabajadores, cuya sede se fijó en el Palacio de Luxemburgo, antigua sede de la Cámara de los Pares francesa. La propaganda del momento calificó a la Comisión como Estados Generales del Trabajo, y la revolución de febrero se convirtió en una revolución social, entendiendo por tal que en este proceso revolucionario el valor clave estaba en el derecho al trabajo, frente a otros como la libertad, la asociación o la igualdad, que habían formado parte del vocabulario político europeo desde finales del siglo XVIII. Los movimientos revolucionarios se extendieron por otros países europeos, con diferente contenido. Y a pesar del fracaso de aquel proyecto de los franceses, fue el primer intento por reconocer derechos sociales desde las instituciones del Estado, algo en lo que no se avanzaría de manera definitiva hasta el periodo de entreguerras en Europa, cuando dichos derechos alcanzaron rango constitucional, entre otros países en España con la Constitución republicana de 1931.
Sin alcanzar la importancia de esos dos aniversarios, también en el ámbito local tenemos uno que celebrar. Se cumplen 175 años de que el ayuntamiento de Cabra decidiera en marzo del citado año permutar una huerta que poseía en la Fuente de las Piedras por otra del establecimiento de Beneficencia que se hallaba en el camino de Priego, con el objeto de “construir un paseo público”, de tal modo que así nacía el que hoy se denomina Parque Alcántara Romero, si bien los egabrenses solemos utilizar el término coloquial de “Paseo”. Sorprende que con tanto aficionado como hay en nuestra localidad a recordar aniversarios sin trascendencia, este nadie lo haya tenido en cuenta, y va a pasar sin pena ni gloria. Aunque la verdad es que de pena sí que está, a pesar de que dentro de unos días le lavarán la cara para la celebración del pregón de las fiestas de septiembre. Pasemos por alto que pueda ser opinable la actuación de hace unos años de enjaularlo, pero otras decisiones ornamentales que se han adoptado no han hecho sino empeorar su situación. A lo largo de mi vida he dado muchos pasos por ese espacio, he recorrido en él muchos kilómetros, en solitario y acompañado. En la actualidad, como cualquier paseante habrá observado, los setos que delimitan los arriates tienen calvas que llevan años sin reponerse y no recuerdo que el firme, que el suelo de sus calles, estuviera en un estado tan lamentable e incómodo como el de los últimos tiempos, en particular desde la última reforma (el empeoramiento con la misma solo es comparable con la realizada en los vestuarios de las piscinas del Parque Deportivo). En conclusión, el Paseo se encuentra en tal estado que no le aconsejaría a ningún visitante de nuestra localidad que acuda a lo que siempre hemos hecho allí los egabrenses: pasear.