Hace unos años, la escritora Ángeles Caso publicó un libro titulado Las olvidadas, donde recuperaba las trayectorias de algunas mujeres creadoras que, por lo general, no aparecen en los libros de historia. En el ámbito de la historiografía se ha hablado también de la “invisibilidad de las mujeres”, aunque en los últimos años los estudios de género han cubierto algunas de las lagunas existentes, y sobre todo han sido las historiadoras las que se han encargado de llevar a cabo esa tarea: Cristina Segura, Rosa Mª Capel, Mary Nash, Mª Dolores Ramos o Cándida Martínez han sido algunas de ellas, por citar a varias de las más representativas.
Hace unos días descubrí, quiero decir que me enteré de su existencia, la historia de una mujer de la que hasta el momento no había tenido noticia, aunque en su comunidad de origen, Aragón, sí se ha hecho un trabajo de recuperación de su historia. Se trata de María Domínguez Redón, la primera mujer en alcanzar el puesto de alcaldesa en la Segunda República, y por tanto la primera en nuestra historia contemporánea. Mi conocimiento vino, como en otras muchas ocasiones, de una visita a mi maestro en cuestiones de bibliografía, el montillano Manuel Ruiz Luque, pues al comentarle uno de los proyectos en los que estoy inmerso, empezó a buscar libros entre los cuales había uno cuya autora era la citada, con el título de Opiniones de mujeres (Conferencias). El texto va precedido por el prólogo de una de las grandes publicistas del momento, Hildegart, quien dice de ella que “enriqueció en unos miles de pesetas la caja del Municipio, y salió de este como había entrado, con su sencilla ropa negra y su rostro claro y luminoso, que, nuevo girasol, no se somete a la disciplina de su partido, para dirigirse siempre en amorosa súplica hacia donde brille el sol de la justicia”.
Las conferencias reunidas en su libro tratan los siguientes temas: “Feminismo”, “La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir”, “El socialismo y la mujer” y “Costa y la República”. A lo largo de su vida, María publicó artículos en la prensa (El País, Vida Nueva), así como algunas poesías. Dado que siempre lamentó no poder llegar a convertirse en maestra, en principio por las dificultades para conseguir formación y luego por enfermedad (lo relata en una de las conferencias), una de sus preocupaciones fundamentales, como persona y como política fue la educación, la instrucción de los niños y de las niñas. Había nacido en 1882 en Pozuelo de Aragón y fue alcaldesa solo unos meses entre julio de 1932 y febrero de 1933, en el pueblo de Gallur (Zaragoza), pero su labor y su buen hacer quedaron instalados en la memoria colectiva de sus convecinos.
María fue también defensora de los derechos de las mujeres, como por ejemplo el voto, y también del divorcio. Su vinculación política estuvo al lado del republicanismo y del socialismo, también trabajó en el ámbito del sindicalismo, prestando su ayuda para la extensión de la UGT en Gallur. Tras su experiencia como alcaldesa abandonó la política activa, a pesar de lo cual en 1936 fue detenida junto a su marido, Arturo Romanos, y el 7 de septiembre fue fusilada en el pueblo vecino de Fuendejalón, donde reposan sus restos al pie de un ciprés. En la actualidad tiene una calle en Zaragoza y otra en Gallur, así como el nombre de una escuela. También se han constituido con su nombre una fundación y una asociación de mujeres, al tiempo que recibió un reconocimiento póstumo de la Diputación de Zaragoza.
Ahora que se acercan las elecciones municipales, no está de más recordar figuras como la de esta mujer, que siempre habló claro y defendió sus ideas con convicción, a pesar de reconocer su falta de formación. Entre otras cuestiones, defendía la separación entre Iglesia y Estado, algo que nuestros representantes municipales (no me refiero solo a nuestro pueblo) no tienen claro. Algunas de sus palabras todavía tienen actualidad: “La Iglesia practica una religión que muchos españoles no estamos de acuerdo y hemos de pagarla como si lo estuviéramos, y esto no es justo”. A ello yo añadiría que, incluso, hemos de soportarla.
José Luis Casas Sánchez
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