En 1993, cuando publiqué, junto a José Calvo, nuestro libro Cabra en el siglo XX, una persona muy conocida de nuestro pueblo, y que además sabía bastante sobre nuestro pasado, me dijo que si bien habíamos hecho constar en el apéndice los nombres de las víctimas de la represión franquista, no habíamos hecho lo mismo con las del bombardeo de 1938. Le respondí que lo hicimos así porque los nombres de los primeros nunca se habían dado a conocer en nuestro pueblo, no me respondió nada. Por otra parte era un lugar común escuchar que aquí no había pasado nada, que éramos diferentes a otras poblaciones.
Sí que se hablaba de un hecho trágico e incomprensible, el bombardeo de la ciudad la mañana del 7 de noviembre de 1938, cuyas víctimas recibieron reconocimiento desde el primer momento, tuvieron su funeral, se organizó una suscripción para asistir a los familiares, que el ayuntamiento encabezó con 5.000 pesetas, y al año siguiente volvió a celebrarse otro funeral en su recuerdo. Más tarde, cuando se instaló junto a la entrada del colegio de las Escolapias la cruz de los Caídos, sus nombres fueron inscritos, y en el acto que cada año se tributaba recibían por tanto homenaje. Quienes tengan una cierta edad, como yo, recordarán aquel acto típicamente nazi de camisas azules que acudían en formación portando antorchas hasta el monumento. Cuando este se trasladó al cementerio, allí siguen los nombres.
Sin embargo, hay otras víctimas de las que apenas nos acordamos de manera colectiva. Es más, de algunos ni siquiera sabemos los nombres, ni dónde están enterrados, ni constan como fallecidos en el Registro Civil. Quien lo consulte podrá comprobar que la mayoría de los que allí figuran fueron inscritos con posterioridad, a excepción de Joaquín Prieto Gómez, factor jefe de la estación, del que se consigna como causa de la muerte que “fue encontrado en la carretera que conduce de Cabra a Lucena a consecuencia de los sucesos del gloriosos movimiento”. Este es el eufemismo que se repite en otras ocasiones, aunque también se utiliza el de que algunos mueren “a consecuencia de la fenecida lucha contra el marxismo”.
Fueron fusilados en Cabra, según el Registro, Francisco y Carlos Campos Sánchez, Agustín y Eduardo Romero Palomeque, Ángel Caballero Morales, Juan C. Tejero Alcalá, Antonio Ruvira González, Manuel Barea Nieto, Lorenzo Troyano García, Francisco Cepas Navarro, Miguel Moreno Durán, José Rodríguez Lara, Francisco Gallardo Expósito, Juan Peña Chacón, Juan Pérez Fuente, Joaquín Prieto Gómez, José Viñas Montes, Antonio Arroyo Reyes, Rafael Cuevas Mesa, Antonio Mora Ranchal, Manuel Serrano López, Rafael Belmonte Rueda, Juan de D. Millán Polo, Francisco López Ortiz, Tomás Sánchez Arroyo (en El Rubio) y Fernando Molina Medrano (en los alrededores de Córdoba). En el Registro Civil de Córdoba figuran: Rafael Meléndez Cascaño, José Luque Luque, Rafael Moreno Vera, Francisca Arroyo Varo, Andrés Domínguez Alameda y Félix Nadales García. Pero además conocemos otros no inscritos, como Miguel Moreno Antequera, Luis Moreno Viñas, Rafael Cuevas, Francisco Caballero, Juan Rojas García, Francisco Cañete Sabariego o Juan Reyes García. Así, hasta una cifra difícil de calcular, y que Francisco Moreno calcula en torno a unos setenta. Sus familiares nunca pudieron recordarlos de manera pública, ni siquiera les era posible llorar por ellos, y hay otros nombres que aún siguen en las cunetas o en lugares próximos a Cabra.
Todos, tanto estos como los fallecidos en el bombardeo, fueron víctimas, pero unos han recibido público homenaje y reconocimiento, sin duda merecido porque murieron sin tener nada que ver con la guerra, mientras que de los otros no se ha hablado. Y es que en Cabra sí pasaron cosas, sí hubo una milicia cívica y falangistas que cometieron desmanes, en el patio del cristales del Instituto hubo un juicio en el que se pidieron seis penas de muerte, sí hubo familias enteras que se vieron obligadas a bautizar a sus hijos, como también hubo un topo, escondido durante toda la guerra, y cuya esposa tuvo que soportar insultos públicos por quedarse embarazada.
Algún día habrá que resarcir a esas víctimas, todo ello mientras que en este pueblo, como ya escribí en otra ocasión, quien desde el primer día apoyó a los golpistas, y llegó a ser ministro de Franco, tiene una plaza y una avenida con su nombre, además de un monumento en un espacio público.