Opiniones

"El Periódico digital para el sur de Córdoba"

Los amos de Europa

Pues eso. A ver si nos queda claro de una puñetera vez, que ya va siendo hora. Alemania, Francia y Gran Bretaña son los amos de este viejo continente llamado Europa. Hoy por hoy, al menos. Y desde hace años. Y cuando hablo de amos, lo hago en su sentido más estricto. Son quienes parten y reparten, imponen su ley, ordenan y mandan a una camarilla de países que ha de limitarse a mover la colita —sí, usía; a las órdenes de usía— y bailar al son marcado. Entre ellos, España. Faltaría más. En cuestiones de agachar la cabeza, meter el rabo entre las piernas y besar los pies de nuestro patrón, buen rollito, coleguilla, somos los primeros. Trato más que merecido, sin duda. Ganado a pulso tras veinticinco años de nefasta política exterior. Tiempo durante el cual podíamos haber aprovechado el tirón del reconocimiento internacional otorgado por la Transición para buscar nuestro lugar en Europa y el mundo. En cambio, todo quedó en una sombra. Nuestra credibilidad —fuera cual fuese— se disipó cuando la supuesta unidad se tornó en discrepancias e inconformismos internos. Cuando hemos sido incapaces de sostener entre todos la economía de un país, de coagular la herida sangrante de la emigración o de aprovechar la bonanza para invertir en investigación y desarrollo, en el futuro, en vez de procurar llenarse cada uno su bolsillo lo máximo posible. Ser productivos, eficaces y eficientes.

Lo del amo y el siervo se distingue con facilidad al recordar los camiones españoles asaltados al cruzar la frontera con Francia, o la consideración de los etarras como grupos de liberación. También cada vez que la guardia británica nos detiene a guardias civiles por adentrarse —según ellos, claro— en aguas de Gibraltar —aguas aumentadas en millas diariamente—. Sin olvidar aquel domingo de Carnaval del año 2002, cuando la Royal Navy de Su Graciosa Majestad la Queen Elizabeth Second, errando en unos metros durante unas maniobras, en plan desembarco de Normandía —caras teñidas, visajes hoscos, fusiles en manos y cuchillos a los muslos—, invadió la playa de La Línea de la Concepción ante el asombro de los paisanos, quienes se quedaron con la caña a una pulgada de los labios y una ceja levantada, testigos del esperpento. O, más recientemente, con el asunto de los pepinos y unos platos rotos pagados entre todos. O no. Porque habríamos de añadir las pérdidas no cubiertas. Conflictos, en fin, en los cuales España, carente de la dignidad y el honor exigidos al caso, se ha escudado en una dudosa diplomacia para ocultar su propia fragilidad, forjada con afán constante. Incluido el último tema —Alemania versus pepinos—, donde habrán de ser los mismos productores los que reclamen responsabilidades, desamparados por un Gobierno y una Oposición conscientes de la debilidad internacional de la Nación —por llamarla de algún modo— y nuestra dependencia de los amos.

Me viene a la memoria aquella época, no muy lejana, cuando España reivindicaba el cumplimiento de los Derechos Humanos en China, para callar, después. Desde el momento en que empezaron a comprar nuestra deuda, curiosamente. El consuelo es que España no ha sido el único país en tragarse sus palabras. Pero me desvío. Estábamos en Europa. Y me pica la curiosidad. Me gustaría saber qué habría ocurrido si todos los conflictos mencionados se hubiesen dado al revés. Siendo España la encargada de dar por saco, digo. Aunque esto requeriría demasiada imaginación, supongo.

Cada ciudadano tiene el país que se merece, no lo olvidemos. Asimismo, hemos de tener presentes las evidentes excepciones. Partiendo de esto, aquel Estado que remonta una crisis con trabajo, inteligencia y coherencia, con la complicidad y cooperación de gobernantes y gobernados; aquel Estado que reúne reconocimiento, respeto, solvencia y confianza internacional; aquel Estado que pone sobre la mesa resultados creíbles, dando un paso al frente o conteniéndose, según lo razonable; aquel Estado, entonces, será el caudillo, el dueño y señor, dirigente de un grupo de subordinados sumisos y pecheros.

Alemania, Francia y Gran Bretaña son los amos de Europa. Y lo son por una sencilla razón: porque pueden.

 

 

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