Últimamente percibo señales de que un tiempo se acaba.
Una de ellas, particularmente significativa para los que vivimos en directo la Transición, es la clausura voluntaria del colectivo “Crónica”, inmejorable conjunto de periodistas de raza, desde Fernando Ónega, Carlos Dávila o Pilar Cernuda, a Ramón Pí, Nativel Preciado o Antonio Casado. Cada jueves, en diversos cenáculos de Madrid, se reunían y departían, con todos los personajes de aquella época y los que después vinieron, desde el Rey Emérito y el actual, a todos los Presidentes de Gobierno (Desconozco si Pedro Sánchez ha asistido) y todos los políticos y agentes sociales de interés, en estos últimos años. Nada de sectarismo, nada de exclusión y cientos de anécdotas durante estos años, jalonan una actividad, independiente y fructífera, en términos de concordia y entente entre los políticos y la prensa.
Poco de esto queda ya. La prensa, como casi todo el país, ha entrado en las trincheras de la ideología, las cuales han permeado su actividad, y la han condicionado, de manera poco recomendable, en función de a qué grupo de presión se pertenece y, como no, del cual se cobra. Todo ello incide directamente, de forma negativa, en el elemento central de cualquier información periodística : la fiabilidad. Unas veces por convicción y otras tantas por “necesidad”, la realidad solo es una, la que uno quiere ver. El diferente se vive como contrario, y necesariamente rival, y como tal, sólo puede esperar de nosotros, como poco, el desdén.
Otra señal, mucho menos subliminal que la anterior, es el resultado electoral. Todos se equivocaron, incluso Tezanos, aunque este, que no esconde su servidumbre al poder, atisbó, de alguna manera, que Sánchez puede volver a formar Gobierno....Que “tío”....
Nunca en nuestra historia democrática, formó gobierno el perdedor de la contienda electoral, pero esta es una circunstancia , de las muchas, que a Sánchez, le tienen sin cuidado. Los dos grandes partidos han sumado 1.8 millones de votos más que en las anteriores elecciones, dando a entender, en principio, un afán del electorado hacia la centralidad, y emitiendo , de alguna manera, el mensaje de la “Gran Coalición”, como una solución, al menos a explorar. Pero esto no entra en las cuentas del Señor Sánchez, dispuesto a pactar con quien convenga para mantener la Presidencia. Él decide quién es progresista y quien no, quién puede estar en su mayoría multicolor y quién no, y quién esta en la España de blanco y negro y el pasado, argumento junto con el Guerracivilismo con respecto a VOX, que sin duda, tan buen resultado le ha proporcionado.
Por su parte, Feijoó, no supo manejar la última semana de la campaña. He revivido la situación de Javier Arenas en las andaluzas, cuando ganó, pero no gobernó, por dejarse ir la última semana. Me malicio que la ausencia de don Alberto en el debate de la TVE, aún siendo en campo contrario, era un partido que debería haber jugado...dejó la impresión de que su papel lo jugó Abascal.
Todas las mentiras, todos los cambios de opinión, todos los desafueros legales de la legislatura, no han sido suficientes para que Sánchez perdiera, del todo. Está claro que la ciudadanía ha hablado y ha dicho que, al parecer, no vale la condición personal y la fiabilidad de los políticos. Al parecer, lo importante es el resultado final de su gestión, en términos de medida, que cada cual aplica según su criterio e intereses. El político culto, íntegro, veraz, está tan anticuado como la naftalina y bien harían, aquellos que pretenden obtener la confianza de los ciudadanos, en tenerlo en cuenta. Eso sí, sabiendo que más tarde o más temprano, hay que pasar el examen.
Respecto a esto, a final de año, si Sánchez consigue la confianza de la cámara, deberá afrontar las condiciones de ajuste fiscal, peaje de autovías, oposiciones de plazas funcionariales prometidas y demás ajustes, que Bruselas le exigirá para seguir aportando los fondos pendientes de la pandemia. En ese momento, me temo, no será suficiente su encanto personal, y la complicidad con doña Úrsula, para explicar cómo lo va a hacer, “sin hacerlo”, que es como el suele “hacer” las cosas.
Veremos.