Puede que lo que lo que voy a exponer sirva de escándalo para algunos. También es posible que la forma de expresar lo que siento sea de tal manera asequible que alguien lo entienda y esté de acuerdo conmigo, o si no, por lo menos lo comprenda.
La Iglesia Católica ha manifestado múltiples veces y en incontables ocasiones que el dolor purifica, que el dolor es agradable a Dios, que el dolor, en fin, es una manera de santificarse si se lo ofrecemos la Divinidad como forma para conseguir la perfección.
Estoy de acuerdo con ello sólo en parte.
Yo distingo entre dos clases de dolores:
-Uno el que recibes de Dios.
-El otro es el que una persona voluntariamente se inflige para complacer al Padre Eterno.
En ese distingo es donde está mi discrepancia con la actitud de la Iglesia.
El primero es la cruz que has de aceptar, porque no te queda más remedio. La has recibido de un Ser Superior y nadie conoce los designios de por qué lo ha hecho.
Se supone que es para probar a la persona a la que ha agraciado con él. Es un don o un castigo, según como se mire, contra el que nadie se puede rebelar.
No hay fuerza bastante ni suficiente para librarse de él.
Por lo tanto no le queda al ser humano más remedio que aguantarlo, aceptarlo, esperar a que se pase si no es crónico, o armarse de paciencia y tener la fuerza, el vigor y la valentía necesaria para aprender a convivir con él.
¿Cómo se va a rebelar contra una cosa a la que no puede dominar?
¿Por qué amargarse por un padecimiento que no puede eliminar?
¿Qué se gana protestando haciéndose y haciéndole la vida imposible a los demás?
Pongamos otro ejemplo:
El de una persona que tiene que cuidar a un ser querido que padece un sufrimiento incurable y que no hay nadie que se haga cargo de ella, salvo a quien le ha tocado soportarlo.
El único mérito que tiene es que lo está sobrellevando lo mejor que puede, pero ella no lo ha buscado ni se lo ha proporcionado.
La sola actitud que puede adoptar si no quiere amargarse y sufrir dos males: el que le proporciona el cuidado de la persona de la que está obligada a hacerse cargo y el de su propia desesperación por no aceptarlo, es recibirlo como un hecho sobrevenido ante el cual no se puede rebelar, porque si lo hace, además de soportar la carga vivirá en un continuo sufrimiento, cuando no al borde de la desesperación.
Dicen que los chinos, ante una adversidad, emplean un aforismo que es: “Si puedes remediarlo, remédialo, si no puedes, ¿por qué vas a luchar contra él?”
No hay, para mí, mérito alguno en aceptar aquello que, sin uno desearlo, le ha llegado y no tiene modo de librarse de ello.
¿Entonces qué le vas a ofrecer a Dios?
¿Una cosa que tú no has buscado?
¿Qué mérito tiene la persona que se encuentra en la calle un billete de cien euros?
¿De qué puede presumir?
¿Qué mérito o sacrificio ha hecho para obtenerlo?
Respecto a este tipo de dolor, recibido y no buscado concluyo diciendo que, para mí, no tiene virtud alguna que se ofrezca a Dios como un valor que se consigue esforzadamente y que se le brinda como una ofrenda.
Lo más que se puede hacer es aceptarlo con resignación y no rebelarse contra él.
El dolor que yo estimo que sí tiene valía suficiente como para poder ofrecerlo a la Divinidad, es aquél que uno se proporciona con objeto de agradar al Ser Supremo.
No estoy hablando, ¡ni mucho menos, Dios me libre! del dolor de los masoquistas. Ese es un dolor en el que ellos encuentran placer, por lo que al proporcionárselo ya no es dolor, sino perversión.
El dolor buscado, el dolor elegido, el que uno voluntariamente y sin coacción escoge, es el único para mí que realmente tiene valía porque es un padecimiento preferido libremente.
Me atrevo a decir que es un bien que uno adquiere y que ofrenda con todas las consecuencias que conlleva el haberlo buscado.
No oso proponer ningún tipo del mismo porque cada cual sabe qué clase de dolor y sufrimiento puede escoger espontáneamente para dedicarlo como sacrificio, al Ser que nos ha creado.