Me llega este libro de Jesús Solano, un poco por azar. “Poética de noviembre”. (Ed. Granada Club Selección). El tacto y visionado de sus primeras ilustraciones me causan un inexplicable temblor. Y leo: “Sólo se siente una brisa de asombro.” Me sugiere ruido de ultratumbas, desmontaje de tiempo, abismos invasores del más oscuro rincón del sentir abismal. La búsqueda de otro poema se me hace vital, llevándome su inercia al retorno de su colorido espectral. “Tormento en la derrota.” Y uno piensa: cada hombre es un mundo sin final. Quizás, porque noviembre es el mes donde todo está acabando, según la tradición, y, donde empieza también el deshielo inestable de la incertidumbre y la soledad. Cuando “Llegas sin anunciarte, sigilosa, / embaucadora, muda,” Como haciendo cosquillas, para servirte un hermoso banquete de despedida, bajo la mítica sombra del engalanado ciprés.
En este itinerario poético, de versificación irregular, el poeta nos adentra en un submundo poco habitual en la poesía al uso. Enfrentándonos a la congoja sosegada de los hábitos del inconformismo desesperado, o irisado lirismo de los estremecimientos. Confieso que cada hallazgo me propone un inesperado trasiego de mutabilidad, un no sé qué de impregnación, o despoblado bienestar de conciliación. Quizás no entendamos que morir es un hábito conciliador. Pero lo sabemos, y esa es la incertidumbre del encubrimiento de la verdad. “Cena y postre”, nos dice en otros versos, dentro, naturalmente, de una “caja de cedro.” Con alfombra mágica y antifaz, nos hace descender a su trasmundo, donde sólo, en circunstancias extremas solemos instalar nuestros pensamientos.
“Tengo los ojos llenos de silencios
por un campo de sepulcros,
una losa que me enfría
y un viejo remordimiento.”
Asevera el poeta, desde los abismos de su misteriosa aducción metafísica. El misterio, como objeto embaucador de transcripción hecho voz humana en su interioridad. Por los pasillos del frío invierno, hace resplandecer con gesto sentencioso y propicio para la reflexión inmediata. Buscándose a sí mismo, por el camino de los que se fueron sin decir adónde, y volviendo en desespero involuntario a la sangre que aguarda, llena de vitalidad. Abstraídos en reflexiva agitación nos conmueve el trasfondo insospechado. “En la alcoba una caja. / En el suelo harapos sueltos. / En el lecho una inquietud.”
Ante este poemario no me resisto a verme junto a la puerta de un desconocido anfitrión que, a través de los muros descarnados y gozosos de espeluznantes argumentos, me convoca. “Hoy señor, mañana tierra,” Este acomodamiento de intereses, no sólo nos retrotrae a ser materia de un simple rincón, ajeno y despoblado de nuestra voluntad. Hilo itinerante que nos tiende la mano hacia las fosas comunes de una desesperada inconsciencia. Y lo demás, se queda al descubierto mediante la desesperanza de los sueños, aunque ya lo sepamos, pero dicho de otra manera. Nos atrapa el lenguaje, lleno de resignación en la penumbra de la existencia. Poema tras poema, nos va acercando al silencio de las mortajas. Dejándonos ausentes, ante preguntas que no tienen respuestas. Sin embargo, no habita la muerte en esta poesía, convive la vida, llena de incertidumbres; y el poeta, Jesús Solano, lo hace adivinar.
Este amor a la tierra nos descubre el hondo desprecio a las maldades, pareciéndose a un cenagoso pantanal de hielo. Donde habita la desazón con la duda, y el despiece de lo espiritual, al arrobo simbólico de rituales al uso, que se “disputan/ la eternidad por un nevado campo de azucenas.”
“La tierra está enferma de tanto enterramiento,
de las bilis que recibe,
de los tuétanos sangrientos con tiros en la nuca
en tapias de cementerios.”
Duele la voluntad ante la queja indómita del implacable destino humano, llevado al límite solidario de la naturaleza inexorable. Intranquilidad de los universos dispares de los hombres. Quizás a la infinita fortaleza de la razón y el final de los días. Celebra el desconsuelo de los cuerpos vencidos en su vacío interno. Quienes llegan en cortejo a los cementerios en noviembre, habitan su penumbra repartiendo sus miedos, y guardando los secretos de rabia contenida. “Hay dominios del otro lado de la tapia.” ¿Qué estímulos nos sobrecogen ante el horror del vacío y la desesperanza? No es verdad que el mundo esté contento, pese al traje de gala que se pone los domingos.
“Llegaré al pensamiento primitivo / y allí quedaré solo”
No olvido las láminas ilustradoras de cada poema. Su representación impacta en lo vivo, dejándonos un escalofrío o conmoción inerme con el sentir de su tragedia. El eco nos figura la unánime exclamación poética que representa, personificando el subconsciente de su trasnochada existencia. Su color y forma expresiva en blanco y negro, me recuerdan aquel paisaje que deja a la vista la lectura de “Pedro Páramo” y los relatos de “El llano en llama”, de Juan Rulfo, encerrando literalmente, las miserias del mundo. Cada poema impone una mirada urgente, a la siniestra página que acompaña. “Se esfumará la palabra y los párpados hundidos / avanzarán por una jungla de visiones.”
Paisaje y espejismo naufragados. Quizás premoniciones etéreas, o bandadas de aves desorientadas a orillas del banquete doméstico. Y sin embargo alguna música se nos acerca, amenizando el ritual ceremonioso de la vida. Algo me recuerda un leve rumor de brisa, impregnado de indescifrable y placentera alegría. Quiero entender en este poemario la necesaria reflexión sobre el devenir, a falta de otra voluntad innecesaria. Somos tan poco, que sólo quedan los despojos de lo que fue la vida. Y aquí vislumbro sólo algo de lo que queremos ser al asomo de otras mentiras. Y nos deja: “Ardiendo están los pastos / queriendo hacer llama en mi alma”.