A propósito del secesionismo catalán, España es un gran país. Porque a partir de cada uno mismo, todo es lo mejor. Cada uno por sí es la excelencia. ¿Quién podrá negar esta visceral afirmación ante el orgullo y la vanidad? “Yo me siento el mejor y que nadie me lo cuestione”, o como decía nuestro genial Quevedo, “sólo nos queda batirnos”, faltaría más. Aquellos eran tiempos en que el honor tenía alta estima y por él se peleaba (léanse a Cervantes). Había vergüenza y de todo, y como hoy, también sinvergüenzas. ¿Quién podría negar ante la historia, tan entrañable aseveración? España, es un país adorable; con hombres honrados que nunca quisieron arrimarse a la política, como hoy, en que ésta ha sido elevada a tal categoría de corrupción, que todo hombre honesto, huye de participar en ella. ¿Habrá honradez en España? Claro que sí, más que desvergüenza. ¿Quién dudaría de este deshonesto pensar?, nadie. ¡O ya estamos batiéndonos de nuevo! Claro. Pero habría que sopesar desde donde se sufren los calambres del umbral de la pobreza. O sea, en esa media del uno cada tres españoles que está en el límite de la miseria, y mirando hacia quienes se ponen el sueldo a su medida y de por vida. Aquello es nada más que el 33,33 por ciento, para quien pueda parecerle poco. Sobre todo, para quien sin conciencia, sólo sabe del tren que le lleva al paraíso fiscal. ¿Qué gran país este!, donde en poco tiempo puede hacinarse la mayor fortuna. ¡Cuánta honestidad!, Dios mío, y qué pena ver cómo se sobrevive y se subestima ese malvivir tan ignorado.
Me decía un amigo, hace unos días, que esto no sucede más que en España, y le dije: en España puede suceder de todo, hasta algo bueno. Cualquier cosa; basta con pensar en español. Que como es sabido, siempre se habla mal de los defectos ajenos, menos de los propios. Como el francés, que habla mal de Francia o el portugués, que lo hace de Portugal… y etc., pues el español… ya se sabe. Es la raza. El espíritu de la contrariedad. Pues este amigo me respondió sin ruborizarse: “hombre, tenemos el aceite de oliva y las desiertas montañas de Almería, donde podemos imaginar que estamos en el Oeste de Arizona, que también fue español”. Tienes razón -le dije-, España es un país maravilloso, podemos pensar que estamos en cualquier parte del mundo, menos en España. Y que sólo pensamos en español cuando juega la selección española, menos yo. ¡Qué de banderazos por doquier, chiquillo! Y qué lástima que no hayamos aprendido todavía, a ser independientes de popá y momá. Qué lástima, verdad.
Los hombres se destruyen a sí mismos, generalmente, por la avaricia y el ansia poder. Por el miedo a perderlo. ¡Qué poco valemos! El dinero no da la felicidad, pero compra las medicinas –me dicen-. Y eso está bien, ¿por qué habría de cuestionarlo yo? Cuestiono que por unos, otros no tengan ni pan ni medicinas. Esto sí lo cuestiono. No hay por qué ser tan lírico, “Oh, qué joven, qué jovencísimo, qué recién nacido. Qué ignorante” Y tan solo. Y a propósito del secesionismo catalán, que no hay tanta historia; y sí hay que mover fichas y no a la española; dejándose de juegos retóricos y siendo serios. La asamblea sirve para sondear el ruido del viento y, éste sopla del norte, pero el sur tiene hambre, no esperen a que también tenga la fuerza del hambre. El sur se encuentra primero, con la felicidad, y después de saborearla, con la cólera, separando el grano de la paja. O sea, actúa con severidad y generosa actitud. Y esto está bien, pero no abusen, porque después sólo sabéis matarnos. Que el abuso es una mala medicina. Aplíquense la sensibilidad universal y los derechos humanos. La justicia. La vida… ¿Quién tendrá la habilidad de saberla comprender? “Que baje de arriba Dios y consulte al Gran poder, que lo que pasa en la tierra, nadie lo sabe entender” –dice esta flamenca y culta soleá. Cosas del sur. Que muchas veces sale por peteneras. Pero ni así, podrá entenderse con quien quiera irse de casa sin poner primero, orden debajo de sus tejas, y después decir: soy mejor que el resto de los mortales.
El hombre, quiere llegar tan lejos, que a veces se ahoga antes de emprender el viaje. Hace poco leía un poema que termina en la siguiente sentencia: “…me queda la tristeza de ser hombre.” No se puede ser más contundente, pensando de sí mismo. De la raza. En primera persona, no le queda al poeta otra cosa que la tristeza. Así es de simple y maravilloso el hombre. Se niega, como ser a sí mismo, afectado por la propia ruina miserable de la raza, y se arroja contra ella y su nefasta oscuridad, y se desahoga, vaciando en sí mismo su pena, la pena de ser hombre en este paraíso de locos imposibles. ¿Habla por todos? ¿Lo merecen…? ¿Qué se está haciendo de nuestra felicidad? ¿Qué está ocurriendo…? ¿Somos nosotros todavía, ese animal inteligente de quien habla la Historia? ¿Qué estamos haciendo de todo?
Este año, dos mil diecisiete, ha concluido casi con un promedio de una mujer asesinada por semana. Esta lacra, convertida en plaga vergonzosa, ¿a qué se debe? Pero no pasa nada… ¡Cómo que no! Pasa de todo. Pasa que hemos perdido el norte, que es el norte al que me refería arriba: el de la educación, la cultura, la sensibilidad, el gesto humano; el de la vergüenza, el del respeto, el de la cortesía, el de la ley del menor, el de la corrupción. Pasa de todo eso. Y pasa que, “el odio es un afecto que conduce a la aniquilación de los valores.” ¿Me equivoco? Nunca vi tanta gente odiando tanto. Las imágenes que he visto de Cataluña es odio sangriento. Y eso, mi querido lector, lo contamina y empobrece todo. Ese odio catalán hacia lo español, genera odio desde la infancia. Yo, que ignoro la lengua de Cervantes, quise en un tiempo estudiar catalán, pero como decía el Pancho de mi pueblo: “se me quitaron las ganas.”
Léanse el poema “El niño pobre”, de Juan Ramón Jiménez, que clama lo que no debe decírsele a un niño: mentiras disfrazadas de verdad. Ya tendrá tiempo él de tomar conciencia de lo falso: “Le han puesto al niño un vestido/ absurdo, loco, ridículo;/ le está largo y corto;” etc. Los hombres, en realidad, no dejamos nunca de ser un poco niños y bestias. ¿No veis que nos alegran los Reyes Magos? “…Ea,/ yo parezco un niño rico.” Porque yo también sé mentir. Pero eso no es honra.