Hace unos años, cuando trabajaba en un Instituto en Córdoba, un grupo de alumnos me comunicó que un día llegarían un poco tarde a mi clase porque tenían programada una visita a una Exposición. Cuando les pregunté de qué se trataba, me dijeron que era sobre Crucificados y que acudían como una actividad de la clase de Religión, me dijeron que ya tenían los permisos paternos para ello, y les manifesté, con sorpresa, si de verdad sus padres sabían a lo que iban, me miraron un poco confusos y les aclaré que mi duda consistía en que ellos eran menores que visitarían una muestra en la que aparecía un personaje que había sido torturado y luego sometido a crucifixión, es decir, que la pena de muerte se había ejecutado por un procedimiento que dejaba ver a un individuo con los pies y las manos destrozados, con un cuerpo lleno de moratones, la cara sangrienta como consecuencia de la corona de espinas que le habían colocado y además una herida de lanza en el costado de la que brota sangre. En consecuencia, me parecía una imagen fruto de una violencia extrema, algo de lo que en la sociedad actual se intenta proteger a los menores de edad.
Ahora llega el momento en que todo ese proceso de lo que la mitología cristiana conoce como Pasión de Cristo sale a la calle en virtud de la celebración de la denominada Semana Santa (SS). Y las calles estarán llenas de niños pequeños a los cuales se les explica lo que le pasa a Cristo, en escenas llenas de sangre y de violencia, a excepción de las que veremos en los dos domingos, el de Ramos y el de Resurrección. Por supuesto que todos cuantos crecimos con esa historia contada una y mil veces no tenemos ningún trauma por ello, y tampoco pienso que lo vayan a tener los niños de ahora, pero me parece contradictorio que en una sociedad donde se protege a la infancia en todo cuanto tiene que ver con la violencia, en este caso apenas se le preste atención.
La SS puede abordarse desde muchas perspectivas: la antropológica, la histórica, la económica, la artística, la religiosa, la sociológica, la cultural, la festiva… y todas son necesarias para una correcta interpretación de la misma, puesto que se trata de un fenómeno complejo y que no tiene las mismas características en todas las épocas. A mí me interesa como fenómeno sociológico y por cuanto ha significado a través de la historia, no obstante no me interesa una religión con la que nunca llegué a compartir (ni siquiera de joven) ese interés por representar de manera tan intensa un hecho violento, con independencia de que la historia acabe bien gracias a que, como en la buena mitología, el hijo de Dios tiene la capacidad de resucitar. Eso sí, lo hace al tercer día y después de estar envuelto en un sudario que hoy conocemos como sábana santa, y ante el cual hace tiempo que me formulo una interrogante: si allí hay restos de su sangre, ¿se podría analizar su ADN? ¿sería el ADN de Dios? ¿se podría averiguar si tuvo descendientes?
En definitiva, no me agrada esa manera de recrearse en la tortura, por eso no me gusta buena parte de la imaginería que veremos en la calle estos días, sin que menosprecie el valor artístico de las tallas, y por ello tampoco me gustan las palabras que se repiten, como amargura, dolor, penas, sangre… Y por último, a pesar de los conflictos que siempre ha habido entre las cofradías y la iglesia, entiendo que esta siempre se ha aprovechado de ese gran acto de propaganda que es la SS, a cuya disposición se ponen calles y plazas, así como servicios públicos que salen del bolsillo de todos nosotros, por no citar los extremos a los que se ha llegado con la nueva carrera oficial de la SS de Córdoba (eso sería tema para otro artículo).