Que la lectura es un placer no es para mí nada nuevo. El gusto por ella me viene de mi padre y de mi hermana, dos grandes lectores que, sin empeñarse, sembraron en mí la semilla de buscar otros mundos o nuevas historias entre las letras de un libro.
Recuerdo de pequeño que mi padre devoraba lo que se le pusiese entre las manos y que todas las noches tenía que leer un rato antes de dormir. A él le encantaba el teatro, y como en aquellos tiempos no se podían ver obras en vivo y en directo, se zampaba los ‘Estudios 1’ como si comiera jamón de pata negra con su copita de vino de la tierra. Bueno, sí que había algo de teatro en vivo, recuerdo las obras que venían al patio del IES Felipe Solís, y también zarzuelas, de las que mi padre era todo un aficionado. Pero es que además era lector de teatro, Jardiel Poncela o Miguel Mihura estaban entre sus autores favoritos. Mi hermana desde niña ya estaba asociada al Círculo de lectores y, además de los libros que pedía, leía las obras de los autores citados, aficionándose también al género.
Yo que era un niño de calle, de juegos y fútbol parecía que no tenía mucha pinta de que fuera a entrar en el club de los lectores de mi casa, puesto que como mucho ojeaba las revistas del corazón que a mi madre le gustaban.
Cuando entré en la pubertad y la calle pasó a la historia, empecé un verano a probar a leer. Me dejé asesorar por mi hermana y, no recuerdo exactamente cuál, cayó entre mis manos un libro, muy posiblemente de Martín Vigil que sabía ella que me podía gustar. Ahora no sería capaz de leerlos, pero en aquel momento las historias melosas sobre jóvenes, del que luego me enteré que era cura jesuita, me gustaron y mucho, de manera que me leí varios títulos.
Rápidamente quedé inmerso en el mundo literario, y más de una tórrida noche me la pasé leyendo hasta el amanecer. Mis padres no daban crédito, yo lo notaba, aunque no me dijeron nada.
De ahí pasé, por mi cuenta, a coger de las estanterías libros de teatro. Confieso que me costó meterme en ese tipo de lectura, evidentemente están hechas para ser representadas, pero cuando te habitúas te llenan tanto como una novela. Empecé con Jardiel y Mihura, para seguir la costumbre familiar, y luego leí también de García Lorca, Arniches o Alejandro Casona. Y como el verano daba para mucho, las noches de lectura las compartía con el programa de radio ‘Media noche’ de Antonio José Alés que, después de José Mª García, me transportaba al mundo del esoterismo, el misterio, la ufología…
Ahora no leo teatro, pero es que no sé si se publican obras de este género, yo no lo veo, a lo mejor para un grupo selecto sí. Porque la novela negra y la histórica es la que copa el interés de la mayoría de los lectores, en los que me incluyo, aunque yo abro el abanico novelístico.
¿Y si no es el día del libro, por qué cuento todo esto? Pues muy sencillo, porque con mi experiencia se demuestra que la familia es la que más motiva a la lectura, no me cabe la menor duda. Muchos son los programas de lectura que he conocido por parte de la Administración educativa, muchos los esfuerzos que compañeros, sobre todo de Lengua y Literatura, han dedicado a llevarlos a cabo y, por desgracia, poco el resultado final entre el alumnado. Yo no necesité planes de lectura, lo que vi en casa me encaminó a ello, y así es en la mayoría de los casos. Salvo honrosas excepciones, la escuela no ha influido decisivamente en el gusto por la lectura por parte del alumnado, esa ha sido mi experiencia como docente, y esas excepciones merecen la pena porque si en casa no había ese hábito, por muy costosas que hayan sido, han servido para que esos chicos tengan la oportunidad que a mí me facilitó mi familia. El carácter innato de cada persona también influye, claro está, por ejemplo, en mi casa dos de mis hijos gustan de leer, lo han visto siempre en sus padres, sin embargo la tercera no, ¿por qué? Pues porque cada uno es como es, así que albergo la esperanza de que algún día se una al club.
En los nuevos planes de estudios parece que se va a dedicar, otra vez, un tiempo en clase a la lectura, o eso he leído por ahí. Digo otra vez porque nada de esto es nuevo, ya se ha usado esta estrategia en el pasado resultando fallida. Pero nada, a volver a intentarlo. La obligatoriedad para algo que se debe hacer por placer no suele dar resultado. Supongo que también habrá honrosas excepciones, seguro que sí, y el empeño general que muchos compañeros ponen en ello va más porque el alumnado aprenda a entender lo que lea, la comprensión lectora como una causa del fracaso escolar, que por pretender que se apasionen con la lectura.
Poner a los jóvenes a leer el Quijote en la versión original de Cervantes es un atraso. No conozco a nadie de los de mi generación que, cuando nos obligaron a leerlo, o a leer parte, dijera que se había enamorado de la obra y que eso le había motivado para seguir leyendo. Ya se lleva mucho tiempo sin hacer esa barbaridad, en eso hemos mejorado, porque sé que en muchos casos lo que provocaba era lo contrario, animadversión por los libros. Ahora bien, a lo mejor con la versión del Quijote de Andrés Trapiello sí se podría intentar, ya que el lenguaje es actual y ya sabemos que las aventuras del manchego son entretenidas además de formativas. Ahí lo dejo.
La escuela hace intentos, esfuerzos para motivar por la lectura, pero insisto, es el ámbito familiar y la idiosincrasia personal los que marcan, y en la mayoría de ocasiones sin proponérselo. Es lo que hay.
Pd.- y llevamos un año viendo la guerra en Ucrania, esto es no solo peligroso por lo que significa la propia guerra, también porque no podemos acostumbrarnos a ella como si esa atrocidad fuera algo común. Ojalá el final llegue pronto.