La educación de un país, y por ende sus centros educativos, además de su función básica de transmitir conocimientos, cumple con la misión de socializar a los alumnos a lo largo de las diferentes etapas que componen la enseñanza. Más allá de la materia que cada profesor se encarga de explicar, a veces debemos entrar en la corrección de comportamientos y actitudes. Cuando me he encontrado en esa situación, antes que nada me dirijo al alumno y le pregunto si sabe dónde está. Le extraña mi duda y me responde siempre que por supuesto, para añadir a continuación el nombre del Centro en el que nos encontramos. Pero le explico que no preguntaba por un lugar físico sino por si sabía que se hallaba en un espacio compartido con otras personas, en un lugar donde se pretende que todos ellos adquieran conocimientos relacionados con el mundo de la cultura y de la ciencia, y que en consecuencia ni podemos sentarnos, ni hacer gestos o hablar del mismo modo que cuando estamos tomando un café con amigos o en nuestra casa.
El problema es que esas consideraciones chocan con el mundo real, con el modelo de comportamiento que ven en la calle, en los bares, en programas de televisión y, a veces, incluso en sus familias. En ese conflicto que se plantea entre el mundo de la educación y el de la calle, casi siempre llevamos la de perder, y más en los últimos tiempos. La vida en sociedad está llena de aspectos relacionados con las formas que nos hacen a todos la vida mucho más agradable, todos deberíamos respetarlas, y sin duda entre quienes tienen una mayor responsabilidad en transmitirlas somos los profesores. No obstante, el mayor compromiso quizás esté en los cargos públicos, aquellos que nos representan a todos y que en consecuencia suelen ser el espejo en el que los miembros de una sociedad se miran.
En estos últimos días ha saltado a los medios de comunicación la intervención de un participante en una tertulia de la televisión pública de la Comunidad de Madrid. El hecho de que sus palabras no fuesen en directo, sino durante el intermedio del programa, ha hecho que la máxima dirigente del PP madrileño, Esperanza Aguirre, califique dicha intervención como “privada” y por tanto no merecedora de comentario. Ni siquiera ha modificado su actitud por el hecho de que hubiese escolares en el público. Con resultar desagradables y lamentables las palabras de Sostres, más grave aún me parece la actitud de los dirigentes del PP, ninguno de ellos ha lamentado que un personaje de esa naturaleza (que ya tiene antecedentes de ese tipo de opiniones en sus artículos en la prensa escrita) trabaje en un medio de comunicación público y que por lo tanto sus zafiedades las paguemos entre todos los ciudadanos. La responsabilidad individual es de Sostres, la social es de la autoridad pública que mira hacia otro lado.
No es la primera vez que en el PP se mantiene este tipo de comportamiento, sorprendente en una formación política tan atenta a los formalismos. Quizás sea que la derecha quiere aparecer como formal pero no entiende de formas, en especial con las ligadas a comportamientos cívicos, respetuosos con el otro, en fin, con todo cuanto se desprende del conocimiento de una materia tan denostada por ellos como Educación para la Ciudadanía.
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