Es cierto que llevo tiempo sin aparecer por aquí. Quizá porque no tenía nada interesante que comentar, o quizá porque no me apetece volver a hablar de política o de otros temas que son de actualidad en estos momentos. Sin embargo, estos días hay algo que me hace escribir este artículo, es como que mi subconsciente pide que me exprese, que describa en estas líneas mis pensamientos, mis ideas… Y yo, que soy muy obediente, le voy a hacer caso.
Es frecuente escuchar eso de: “La vida es como una montaña rusa; en un momento puedes estar arriba y un rato después abajo”. Pues bien, yo creo que hay mucho de cierto en esta frase.
En estos momentos no puedo evitar acordarme de una persona muy allegada, que siempre me dice eso de: “eres blanco o negro, no te das cuenta de que hay un montón de tonos grises que te pierdes”. Es vedad, tiene mucha razón; a mí una cosa o me encanta o la “odio”; quiero mucho a una persona y si, por lo que sea pasa algo entre nosotros, ya cambio de opinión totalmente… me reconozco en esa radicalidad. Un ejemplo sin importancia: de pequeño me encantaba comer caracoles que guisa mi abuela. Un día me pegué un hartón increíble de caracoles y se ve que no me sentaron bien; yo no soy alérgico ni nada de eso, pero, desde entonces, no los pruebo. ¿Por qué? Pues no lo sé, los aborrecería, y se me ha metido en la cabeza que no, y es que no.
Desde que somos pequeños, ya estamos subidos en esa montaña rusa de la vida. Hay veces en las que de pequeños estamos contentos, jugando, riendo, viendo nuestros dibujos animados preferidos… y, a los cinco minutos, puede que estemos llorando como una magdalena, berreando, gritando y alborotando a todo el que tenemos a nuestro alrededor. ¿Qué por qué? Pues porque tenemos hambre, frío o simplemente mamitis o papitis. La cuestión es que se acabó por un ratito la felicidad y damos paso a nuestro llanto, nuestra rabia…, perturbando de paso la paz de los demás.
Conforme nos vamos haciendo mayores, esa montaña que sube y baja sigue dominándonos y apoderándose de nosotros, siendo la responsable de nuestros estados de ánimo y de cómo nos encontremos en cada momento. Podemos estar alegres porque es fin de semana y tenemos expectativas, y a los cinco minutos cuando nos dicen que no podemos salir con los amigos o que no podemos hacer lo previsto, ya nos entra el bajón y todo cambia.
¿Cómo es posible que seamos capaces de pasar de un extremo a otro así, tan fácilmente? Al menos es lo que me pasa a mí, ¿es justo que nos sometamos nosotros mismos a estos cambios tan bruscos de tristeza-alegría/alegría-tristeza en tan poco tiempo? Y aun voy más allá: Cuando estamos chungos y nos encontramos con alguien, ¿somos capaces de mostrarle nuestra frustración o preferimos decirle que estamos super felices y contentos, aunque por dentro estemos hechos una porquería?
Por supuesto que hay situaciones de la vida -una relación que se termina, un viaje que tenías muchas ganas de hacer, lo preparas y al final no puedes hacerlo, un trabajo que realizas con muchísima ilusión y del cual te despiden, una enfermedad-… que te pueden hacer estar muy feliz en un determinado momento y, de pronto, esta situación cambia y damos paso a la desilusión, el desengaño…
Casi seguro de que a todos en algún momento de nuestras vidas nos ha ocurrido esto. Estos días pienso mucho sobre la cuestión, y creo que deberíamos – y digo deberíamos porque yo soy el primero que debería aplicarse el cuento y tomarse la vida de otra manera- buscar un término medio, un punto en el que no estemos ni felices, ni depresivos, para que si la situación cambia o da la vuelta por completo, no nos llevemos un golpe tan duro.
No digo que no nos afecten las cosas y que seamos indiferentes ante las distintas situaciones que nos ocurran, pero sí que deberíamos de encontrar un equilibrio en el que poder situarnos; creo que no es bueno para nuestra salud mental, incluso me atrevería a decir que para nuestro cuerpo, no son buenos los subidones y los bajonazos sin parar. ¿Cómo hacerlo? Pues la verdad que no lo sé, pero me encantaría poder responder a esa pregunta. Creo que lo importante es que las situaciones que se nos van dando no nos dominen a nosotros, sino que seamos nosotros quienes las dominemos a ellas, y así poder controlar cómo sentirnos en cada momento. Sé que no es tarea nada fácil, pero también creo que debemos intentarlo porque nuestra mente lo agradecerá para poder tener una vida más tranquila, nosotros y los que nos rodean.