Si yo fuera nacionalista apostaría porque mi nación tuviera su propio Estado. Pero si yo fuera nacionalista también sería demócrata y por encima de cualquier otra cosa respetaría el Estado de derecho, el modelo político de las democracias occidentales que poco a poco hemos construido al menos desde el siglo XVIII. Desde entonces hemos avanzado lo suficiente como para comprender en todo su significado aquel artículo de la Declaración de Derechos francesa de 1789 donde se afirmaba que allí donde no estaban garantizados los derechos ni establecida la división de poderes, no había Constitución. Claro que si yo fuera nacionalista quizás perdería la visión amplia, universal y comunitaria del modelo de sociedad y de los principios que deben regir las relaciones entre los individuos, y por el contrario tendría una visión estrecha, limitada y parcial, de modo que solo vería aquello que nos separa. En definitiva son los dos modelos que conviven desde el siglo XVIII, uno el ilustrado, partidario de la razón, y el otro el romántico, opuesto a lo racional. Recuerdo un libro de texto donde los autores explicaban la diferencia entre ambos de manera muy gráfica. Decían que ante dos individuos de razas diferentes, el racionalista ve lo que los une, que son dos personas, mientras que el romántico destaca que el color de su piel es diferente.
Y así estamos en Cataluña, unos queremos ver todo cuanto nos une y otros lo que nos diferencia, y lo que es peor, si no hay diferencias las inventan. Pero con independencia de que estemos a favor de lo racional, la realidad es que el movimiento nacionalista de carácter independista existe, que tiene detrás a muchas personas, aunque estén equivocados y en consecuencia es necesario buscar una solución, encontrar una vía de acuerdo. No obstante, sin perder de vista el marco teórico conviene bajar a los datos, a la realidad, y esta se halla marcada por una serie de desencuentros y de deslealtades que duran varios años. El punto culminante se alcanzó el pasado mes de septiembre con las decisiones del Parlamento de Cataluña, puesto que se saltaron todas las normas constitucionales y estatutarias, y en los últimos días la situación ha llegado a tal extremo que no han tenido ningún problema en obviar las leyes que ellos mismos aprobaron.
Algún día los libros de historia nos hablarán de lo ocurrido y entonces analizaremos con detenimiento las causas de que hayamos llegado a esta situación. Mientras tanto, lo que nos preguntamos es qué va a pasar en los próximos días o meses. Yo, como todos, no lo sé pero me parece que ahora mismo lo importante no es dar voces pidiendo que se vaya Rajoy, sino plantear un frente amplio, común, donde estén todos aquellos que defienden la racionalidad, si bien me produce pena ver cómo entre las fuerzas de izquierda eso no existe, o al menos no lo veo en Unidos Podemos, pues los dirigentes de este grupo parecen estar más pendientes del PSOE que de Cataluña y también de Rajoy, aunque parecen haber olvidado que gracias a ellos se repitieron las elecciones y sigue como presidente del Gobierno. Hay otro elemento significativo en esta coyuntura y es que al calor del nacionalismo catalán renace el nacionalismo español y en algunos casos lo hace con agresividad. El PP juega con fuego al alimentar ese sentimiento españolista que ve a los catalanes como enemigos. La extrema derecha no ha desaparecido, hasta ahora solo permanece dormida, bien es cierto que duerme en las filas del PP.
¿Solución? Si la cosa no fuera tan grave diría que habría que parar y reírnos un poco, hacer bromas o pedir que salgan los payasos, que es lo que se hace en el circo cuando ocurre un incidente y se quiere mantener al público tranquilo. Ese es el título de una canción, Send In The Clowns, que forma parte de un musical de los años 70. La música es un prodigio de sensibilidad. La han cantado muchos autores: Barbra Streisand, Judy Collins, Frank Sinatra o la actriz Glenn Close. Les recomiendo que escuchen las versiones de la primera y de la última. Y quizás en España y en particular en Cataluña habría que pedir que salieran los payasos un tiempo, que todo el mundo riera y que tras pasar un buen rato se pudieran sentar a negociar a la búsqueda de todo cuanto nos une.